Tenía que ir a Badajoz. Era una cuestión personal. Yo había visto tres publicaciones del fotógrafo J.A.M. Montoya pero aún no había podido ver ningún original. A él lo conocí en persona unos cuantos años antes y en un rato. Un tipo curioso que iba muy bien acompañado: ésa fue mi percepción de aquel encuentro.
Cuando bajé del tren me estaba esperando en el andén de la pequeña estación de Badajoz. Saludos, etc. Nos fuimos a cenar y poco más tarde me llevó al hotel. A la mañana siguiente vino a recogerme para llevarme a su estudio. Cuando llegamos me sentó en un sillón, encendió los focos que me permitirían ver su obra en buenas condiciones y me dijo que no me preocupara de nada, que él me iría sacando todas las fotografías y que lo haría solo por mucho que algunas de ellas fueran grandes y difíciles de manejar. Así hice: me senté y esperé mientras él desaparecía por un pasillo dándome la espalda. Todo ello habiéndome dejado claro en más de una ocasión que no entendía demasiado esa obsesión mía por ver sus copias fotográficas originales en papel de fibra, papel baritado y virado al selenio.
Comenzó por las más grandes. Tres fotografías en blanco y negro.
La primera de ellas representa un cuerpo femenino desnudo de espaldas y en una extraña torsión. Fondo neutro, de estudio. La ubicación de la cámara, así como la torsión mencionada, hace que los labios vaginales de la modelo tomen una importancia relevante, determinante. El punctum barthesiano es, sin duda, para mí, ese SEXO desplegado como una campanilla. Punctum vulgar, si se quiere, por previsible, pero inevitable. En ningún momento sentí que me encontraba ante una foto erótica, lo cual confería a ese SEXO una presencia cuyo peso específico no tienen, jamás, las imágenes pornográficas, que sirven para lo que sirven. Es un SEXO que, más que incitar a la masturbación, turba. Algo que, todo se ha de decir, se encuentra directamente relacionado con la pose, con esa torsión que realza toda la musculatura de la espalda y la de las piernas en tensión forzada, incómoda. De los labios de ese SEXO puede prenderse uno, quizás porque detrás de ellos no se encuentra más que el fondo, fondo neutro. El culo hacia afuera, es decir, proyectado hacia atrás, hacia el espectador prendado de los labios, labios situados -respecto al espectador- a la misma distancia que queda entre la modelo y el fondo, fondo neutro. Gris perfecto.
Entonces vino la segunda, que trajo también desde ese pasillo que se oscurecía al fondo. Con parsimonia, como hace todo quien sabe que las prisas le igualarían al resto de la humanidad, entró Montoya por el umbral de la puerta haciendo girar suavemente la fotografía para que no tropezara. Me la puso delante: se trata de una mujer de frente, defecando, quiero decir, cagando, porque las fotos de Montoya no admiten cursiladas. Mismo fondo neutro de la anterior. De pie, con las piernas abiertas, ligeramente flexionadas y los brazos apoyados sobre los muslos. Por el esfínter de la modelo sale una mierda larga y rígida que se curva en el extremo a modo de anzuelo. A punto de caer sobre una especie de moqueta de rizo americano. Ese es el momento decisivo, ese es el momento de la captura de la imagen, ese es el momento que queda reflejado en una fotografía que es, ante todo y sobre todo, bella, bellísima diría. Para mí al menos, que nunca me he sentido atraído por las cuestiones escatológicas. Quizá por eso el punctum de esta foto fuera la textura de la piel de la modelo, o mejor, el tono de la piel de los tobillos de esa mujer que hace un esfuerzo, el esfuerzo. Una piel irisada en la que se superponen los vestigios de una depilación reciente (que suele ser rojiza) sobre un principio de varices (que suele ser verdoso), todo ello condicionado por el tono que imprime sobre ella el citado esfuerzo, que amorata en la tensión. Todos esos colores, y algún otro, en un blanco y negro con el punto perfecto de contraste. Los tobillos, con esos tendones estirados y tensos del empeine. ¡Ay!
Y como toda imagen tiene un posible recorrido visual ésta no iba ser menos y a mí me proponía UNO: el de circular en torno a la mierda que no quieres ver pero que te atrae (como a una mosca pero por otros motivos). Es decir, el recorrido visual que la imagen me proponía/imponía era el de circular alrededor de lo que en vano intentaba evitar. Y cuya presencia era demasiado fuerte para no ver(la) aun cuando no fuera eso lo que mirara. Allí estaba la mierda, y allí estaba aun cuando hiciera un tremendo esfuerzo por fijarme en aquello que me punzaba, que eran los tobillos y los empeines. Allí estaba la mierda saliendo con la ayuda de una presión x antes de abandonarse al estado gravitatorio. Ese fue, en su momento, el “momento decisivo” (Cartier-Bresson) para Montoya, y esa era, por tanto, la imagen que él quiso “conservar” de ese momento. La técnica puso todo lo demás, una técnica puesta al servicio de una idea que requería un uso adecuado de la técnica para que el resultado pudiera ser excelente.
Me quedé algo absorto, así que no reparé en que había salido de la habitación, y cuando quise balbucear algo él estaba llegando con la tercera fotografía; con tanta presencia no me había percatado de su ausencia. Otra defecación; otra mujer cagando, esta vez una mujer gorda, y la pose sigue siendo frontal. Lleva la cabeza cubierta con una especie de pasamontañas. La posición es menos forzada que la de las anteriores, más natural si tenemos en cuenta los quehaceres requeridos a la modelo. En cuclillas y abriéndose las piernas con los brazos. Los hombros están proyectados hacia delante para facilitar el punto de equilibrio, algo en lo que colabora el peso de unas tremendos senos que reciben la mayor parte de la iluminación, dejando las partes bajas en una sugerente penumbra. La mierda, esta vez, ya se encuentra depositada sobre la moqueta, con la punta hacia arriba, apuntando hacia el lugar de donde procede. Detrás del pasamontañas entrevemos la persona que se ha dispuesto a los efectos y nos induce a querer saber de ella. Su semblante parece serio, impasible, el esfuerzo principal está ya hecho, sólo queda el de posar inamovible con su detrito, trofeo para Montoya. En cualquier caso, si hay algo que no podía dejar de atraerme hasta el punto de volver y volver sobre ello eran los zapatos de la modelo. Zapatos con los que, con toda probabilidad, una señora entrada en años y en kilos como ésta, va al mercado todos los días. Zapatos de tipo mocasín, con muy poquito tacón y desgastados. Tremenda brutalidad la de la desnudez defecatoria de una mujer ajena al común sentido de la belleza: recien cagada y con los mocasines puestos.
Cuando bajé del tren me estaba esperando en el andén de la pequeña estación de Badajoz. Saludos, etc. Nos fuimos a cenar y poco más tarde me llevó al hotel. A la mañana siguiente vino a recogerme para llevarme a su estudio. Cuando llegamos me sentó en un sillón, encendió los focos que me permitirían ver su obra en buenas condiciones y me dijo que no me preocupara de nada, que él me iría sacando todas las fotografías y que lo haría solo por mucho que algunas de ellas fueran grandes y difíciles de manejar. Así hice: me senté y esperé mientras él desaparecía por un pasillo dándome la espalda. Todo ello habiéndome dejado claro en más de una ocasión que no entendía demasiado esa obsesión mía por ver sus copias fotográficas originales en papel de fibra, papel baritado y virado al selenio.
Comenzó por las más grandes. Tres fotografías en blanco y negro.
La primera de ellas representa un cuerpo femenino desnudo de espaldas y en una extraña torsión. Fondo neutro, de estudio. La ubicación de la cámara, así como la torsión mencionada, hace que los labios vaginales de la modelo tomen una importancia relevante, determinante. El punctum barthesiano es, sin duda, para mí, ese SEXO desplegado como una campanilla. Punctum vulgar, si se quiere, por previsible, pero inevitable. En ningún momento sentí que me encontraba ante una foto erótica, lo cual confería a ese SEXO una presencia cuyo peso específico no tienen, jamás, las imágenes pornográficas, que sirven para lo que sirven. Es un SEXO que, más que incitar a la masturbación, turba. Algo que, todo se ha de decir, se encuentra directamente relacionado con la pose, con esa torsión que realza toda la musculatura de la espalda y la de las piernas en tensión forzada, incómoda. De los labios de ese SEXO puede prenderse uno, quizás porque detrás de ellos no se encuentra más que el fondo, fondo neutro. El culo hacia afuera, es decir, proyectado hacia atrás, hacia el espectador prendado de los labios, labios situados -respecto al espectador- a la misma distancia que queda entre la modelo y el fondo, fondo neutro. Gris perfecto.
Entonces vino la segunda, que trajo también desde ese pasillo que se oscurecía al fondo. Con parsimonia, como hace todo quien sabe que las prisas le igualarían al resto de la humanidad, entró Montoya por el umbral de la puerta haciendo girar suavemente la fotografía para que no tropezara. Me la puso delante: se trata de una mujer de frente, defecando, quiero decir, cagando, porque las fotos de Montoya no admiten cursiladas. Mismo fondo neutro de la anterior. De pie, con las piernas abiertas, ligeramente flexionadas y los brazos apoyados sobre los muslos. Por el esfínter de la modelo sale una mierda larga y rígida que se curva en el extremo a modo de anzuelo. A punto de caer sobre una especie de moqueta de rizo americano. Ese es el momento decisivo, ese es el momento de la captura de la imagen, ese es el momento que queda reflejado en una fotografía que es, ante todo y sobre todo, bella, bellísima diría. Para mí al menos, que nunca me he sentido atraído por las cuestiones escatológicas. Quizá por eso el punctum de esta foto fuera la textura de la piel de la modelo, o mejor, el tono de la piel de los tobillos de esa mujer que hace un esfuerzo, el esfuerzo. Una piel irisada en la que se superponen los vestigios de una depilación reciente (que suele ser rojiza) sobre un principio de varices (que suele ser verdoso), todo ello condicionado por el tono que imprime sobre ella el citado esfuerzo, que amorata en la tensión. Todos esos colores, y algún otro, en un blanco y negro con el punto perfecto de contraste. Los tobillos, con esos tendones estirados y tensos del empeine. ¡Ay!
Y como toda imagen tiene un posible recorrido visual ésta no iba ser menos y a mí me proponía UNO: el de circular en torno a la mierda que no quieres ver pero que te atrae (como a una mosca pero por otros motivos). Es decir, el recorrido visual que la imagen me proponía/imponía era el de circular alrededor de lo que en vano intentaba evitar. Y cuya presencia era demasiado fuerte para no ver(la) aun cuando no fuera eso lo que mirara. Allí estaba la mierda, y allí estaba aun cuando hiciera un tremendo esfuerzo por fijarme en aquello que me punzaba, que eran los tobillos y los empeines. Allí estaba la mierda saliendo con la ayuda de una presión x antes de abandonarse al estado gravitatorio. Ese fue, en su momento, el “momento decisivo” (Cartier-Bresson) para Montoya, y esa era, por tanto, la imagen que él quiso “conservar” de ese momento. La técnica puso todo lo demás, una técnica puesta al servicio de una idea que requería un uso adecuado de la técnica para que el resultado pudiera ser excelente.
Me quedé algo absorto, así que no reparé en que había salido de la habitación, y cuando quise balbucear algo él estaba llegando con la tercera fotografía; con tanta presencia no me había percatado de su ausencia. Otra defecación; otra mujer cagando, esta vez una mujer gorda, y la pose sigue siendo frontal. Lleva la cabeza cubierta con una especie de pasamontañas. La posición es menos forzada que la de las anteriores, más natural si tenemos en cuenta los quehaceres requeridos a la modelo. En cuclillas y abriéndose las piernas con los brazos. Los hombros están proyectados hacia delante para facilitar el punto de equilibrio, algo en lo que colabora el peso de unas tremendos senos que reciben la mayor parte de la iluminación, dejando las partes bajas en una sugerente penumbra. La mierda, esta vez, ya se encuentra depositada sobre la moqueta, con la punta hacia arriba, apuntando hacia el lugar de donde procede. Detrás del pasamontañas entrevemos la persona que se ha dispuesto a los efectos y nos induce a querer saber de ella. Su semblante parece serio, impasible, el esfuerzo principal está ya hecho, sólo queda el de posar inamovible con su detrito, trofeo para Montoya. En cualquier caso, si hay algo que no podía dejar de atraerme hasta el punto de volver y volver sobre ello eran los zapatos de la modelo. Zapatos con los que, con toda probabilidad, una señora entrada en años y en kilos como ésta, va al mercado todos los días. Zapatos de tipo mocasín, con muy poquito tacón y desgastados. Tremenda brutalidad la de la desnudez defecatoria de una mujer ajena al común sentido de la belleza: recien cagada y con los mocasines puestos.
Después de estas tres fotografías vi cerca de 150 más; repartidas en dos sesiones.
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