La comunicación es constante entre ellos. No necesariamente verbal, pero constante. La comunicación es constante con independencia de lo que hablen, aunque no de lo que hagan. Y la comunicación es constante a pesar de sus voluntades comunicacionales. Hay comunicación en el mero convivir, en el mero seguir conviviendo. En el seguir haciendo lo que en su momento fue producto de una ilusión. Con sus actos diarios se comunican. Ambos se conocen, pues, en la medida en la que se conocen. Aunque se hablen poco. O incluso aunque casi no se hablen. Y se comunican incluso cuando no son sinceros. Se conocen, claro, con independencia de la sinceridad con la que se han comunicado en el devenir de su relación. Y se comunican aun cuando no se conozcan. Se conocen, pues, desde que se conocen y en la medida en que les ha sido posible conocerse. Todo con independencia de que todos seamos un mundo y por tanto podamos ser de muy diferente manera y con independencia de que nos sea imposible Conocer. Se conocen en la medida en la que cada uno espera del otro aquello que puede esperar. Y no otra cosa. Se conocen en la medida en que la comunicación les ha permitido conocerse. Aunque lo conocido no sea mas que el producto de una ilusión. Hablar, desde luego, no garantiza más Conocimiento porque muchas veces el hablar conduce a cierto desentendimiento. El lenguaje no es siempre una manera óptima de entendimiento, sobre todo cuando se espera de él lo contrario de lo que la inevitable comunicación cotidiana nos dicta.
Así que cuando se sigue acudiendo al sobrevalorado concepto de diálogo para salvar lo que al parecer se encuentra en estado crítico me entran náuseas. Como si quien en su inevitable comunicación no hubiera mostrado sus cartas. Otra cosa a analizar sería la coherencia habida entre lo comunicado de forma constante y lo dicho verbalmente. Y otra cosa sería confundir los conceptos de deseo y diálogo. Pero entonces es precisamente ahí, en el diálogo, donde se encuentra el mal que con el mismo diálogo se pretende erradicar. Un absurdo pues. Trasládese la cuestión, si se quiere, a la política. Y si de lo que se trata al final de las cuentas es que uno de los dos interlocutores miente (o cuarta la libertad del otro, o amenaza, o mata), pues eso, mejor romper el diálogo definitivamente.
1 comentario:
Hace unos días estuvo Gustavo Bueno por aquí presentando su nuevo libro "Zapatero y el pensamiento Alicia" y sentí no haberme enterado porque me gusta mucho más oirle en directo que leerle. De todos modos y a pesar de la pésima redacción de nuestra prensa, aún pude disfrutar algo de lo que dijo: La Rioja 20 nov 2006:
Otros ejemplos del "pensamiento Alicia" de Rodríguez Zapatero que citó fueron la propuesta sobre la alianza de las civilizaciones y su frase de "hablando se entiende la gente", que, en ocasiones, sería mejor "callando se entiende la gente".
Abundando en el tema, a los que no paran de hablar de diálogo les cuadra perfectamente el diagnóstico a Wilson que le acabo de oir en la tele al doctor House : "Quieres a todo el mundo, esa es tu patología".
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