Las estadísticas son la versión numérica de una inextricable Realidad. Si nos las creemos corremos el riesgo de acabar veraneando en Benidorm y si decidimos prescindir de ellas podemos acabar cazando moscas. El caso es que, a pesar de todo, los medios de comunicación no sólo se nutren de ellas sino que las usan de fundamento. Y de ahí que te pongas a ver un telediario y creas estar subido al Dragón Khan.
En cualquier caso, las estadísticas hacen de las suyas. Van a la suya; que quién sabe si es o no la nuestra. Tanto es así, que ya no me sorprende lo que parecería mentira si no fuera porque forma parte de las estadísticas: ayer leí, en un periódico, que uno de cada cuatro adolescentes padece bullyng en la escuela. Y digo que sin sorprenderme porque hace ya tiempo que las estadísticas se han asociado con el número cuatro, aunque parezca increíble, aunque parezca mentira. Pero tan real como que las estadísticas van a la suya y se han aliado con el cuatro: dicen las estadísticas publicadas en los medios que una de cada cuatro personas sufre mobing; que una de cuatro mujeres sufre acoso sexual; que una de cada cuatro mujeres sufre malos tratos.
Sin ir más lejos. En la sala de cine donde ayer pasé la tarde y donde todo parecía normal había cerca de 40 mujeres sufriendo algún acoso sexual, otras 40 siendo maltratadas directamente y varios adolescentes compungidos por acobardados. Más: en la cena que a mitad de año se celebra en la escuela de la que soy profesor había 8 alumnos que sufren a diario pero en silencio los ataques de algunos de sus compañeros y seis de ellos que se sienten violentados, quizá por las inhumanas exigencias de sus maestros. Además, dos o tres de mis alumnas están siendo maltratadas por hombres de edad indefinida. Más: en el vagón de tren donde viajé el martes pasado estaba plagado de mujeres maltratadas pues coincidió que en él viajaba un grupo numeroso de mujeres que lo hacían con fines deportivos (iban todas en chándal). Y a más gente agrupada menor es el margen de error para las estadísticas. Así, si vamos a la playa un día de verano, debemos saber que estaremos tropezándonos todo el día con mujeres maltratadas.
Y después de todo lo que resulta más turbador: en mi entorno personal (amigos, conocidos y familiares) hay un número variable pero preocupante de mujeres maltratadas. Debo creer que así es porque nada me debe hacer creer que es en el grupo personal de ustedes, lectores, donde se encuentran todas esas mujeres que deben hacer cumplir las estadísticas. Sería una falta de educación y demostraría poco respeto hacia quien no conozco.
Sé dónde buscar los culpables del bullyng que sufren mis alumnos. Sólo pueden estar dentro del mismo centro, muy probablemente dentro de la misma clase. Aunque yo no sepa detectarlos, ahí están, esperando un descuido mío para putear a su compañero de pupitre. Lo que no sé es cuantos son los canallas; no sé si es solo uno el que amedrenta a esos 8 o son 24 los canallas que se turnan para amargar la vida a esos 8 pobres infelices. Todos tenderían a creer que las dos o tres alumnas maltratadas según los cánones lo están siendo por sus respectivos novios, pero en realidad no tenemos garantía alguna de que así sea porque las estadísticas sólo saben de víctimas, que son la parte más rentable de la sociedad actual.
También sé dónde buscar a los culpables de esos 80 cinéfilos que sufren persecución en su trabajo: en sus jefes inmediatos, en sus supervisores (casi todos varones pues la sociedad es por eso machista, dicen). Y dado lo que se infiere de las propias estadísticas todos tenderían a creer que las 40 mujeres cinéfilas que tan apaciblemente comen palomitas con sus compañeros de butaca están siendo maltratadas por ellos, sus silenciosos compañeros de butaca. Así son las estadísticas: allá donde haya 40 mujeres maltratadas hay 40 hombres maltratadores.
Así, la sala de cine estaba plagada de canallas. Y la playa es, en verano, una reunión de depravados que hacen como si juegan a hacer castillitos de arena o leer el periódico debajo de una sombrilla. Cosa que hacen mientras sus broncedas mujeres (25 de cada 100) viven, aunque no lo parezca, acobardadas. Todo, claro, si hacemos caso a las estadísticas (que es el tema que aquí nos ocupa y no el hecho sobre el que éstas hacen referencia y del que nadie discute su existencia), las que nos transmiten los medios de comunicación casi a diario.
En cualquier caso, las estadísticas hacen de las suyas. Van a la suya; que quién sabe si es o no la nuestra. Tanto es así, que ya no me sorprende lo que parecería mentira si no fuera porque forma parte de las estadísticas: ayer leí, en un periódico, que uno de cada cuatro adolescentes padece bullyng en la escuela. Y digo que sin sorprenderme porque hace ya tiempo que las estadísticas se han asociado con el número cuatro, aunque parezca increíble, aunque parezca mentira. Pero tan real como que las estadísticas van a la suya y se han aliado con el cuatro: dicen las estadísticas publicadas en los medios que una de cada cuatro personas sufre mobing; que una de cuatro mujeres sufre acoso sexual; que una de cada cuatro mujeres sufre malos tratos.
Sin ir más lejos. En la sala de cine donde ayer pasé la tarde y donde todo parecía normal había cerca de 40 mujeres sufriendo algún acoso sexual, otras 40 siendo maltratadas directamente y varios adolescentes compungidos por acobardados. Más: en la cena que a mitad de año se celebra en la escuela de la que soy profesor había 8 alumnos que sufren a diario pero en silencio los ataques de algunos de sus compañeros y seis de ellos que se sienten violentados, quizá por las inhumanas exigencias de sus maestros. Además, dos o tres de mis alumnas están siendo maltratadas por hombres de edad indefinida. Más: en el vagón de tren donde viajé el martes pasado estaba plagado de mujeres maltratadas pues coincidió que en él viajaba un grupo numeroso de mujeres que lo hacían con fines deportivos (iban todas en chándal). Y a más gente agrupada menor es el margen de error para las estadísticas. Así, si vamos a la playa un día de verano, debemos saber que estaremos tropezándonos todo el día con mujeres maltratadas.
Y después de todo lo que resulta más turbador: en mi entorno personal (amigos, conocidos y familiares) hay un número variable pero preocupante de mujeres maltratadas. Debo creer que así es porque nada me debe hacer creer que es en el grupo personal de ustedes, lectores, donde se encuentran todas esas mujeres que deben hacer cumplir las estadísticas. Sería una falta de educación y demostraría poco respeto hacia quien no conozco.
Sé dónde buscar los culpables del bullyng que sufren mis alumnos. Sólo pueden estar dentro del mismo centro, muy probablemente dentro de la misma clase. Aunque yo no sepa detectarlos, ahí están, esperando un descuido mío para putear a su compañero de pupitre. Lo que no sé es cuantos son los canallas; no sé si es solo uno el que amedrenta a esos 8 o son 24 los canallas que se turnan para amargar la vida a esos 8 pobres infelices. Todos tenderían a creer que las dos o tres alumnas maltratadas según los cánones lo están siendo por sus respectivos novios, pero en realidad no tenemos garantía alguna de que así sea porque las estadísticas sólo saben de víctimas, que son la parte más rentable de la sociedad actual.
También sé dónde buscar a los culpables de esos 80 cinéfilos que sufren persecución en su trabajo: en sus jefes inmediatos, en sus supervisores (casi todos varones pues la sociedad es por eso machista, dicen). Y dado lo que se infiere de las propias estadísticas todos tenderían a creer que las 40 mujeres cinéfilas que tan apaciblemente comen palomitas con sus compañeros de butaca están siendo maltratadas por ellos, sus silenciosos compañeros de butaca. Así son las estadísticas: allá donde haya 40 mujeres maltratadas hay 40 hombres maltratadores.
Así, la sala de cine estaba plagada de canallas. Y la playa es, en verano, una reunión de depravados que hacen como si juegan a hacer castillitos de arena o leer el periódico debajo de una sombrilla. Cosa que hacen mientras sus broncedas mujeres (25 de cada 100) viven, aunque no lo parezca, acobardadas. Todo, claro, si hacemos caso a las estadísticas (que es el tema que aquí nos ocupa y no el hecho sobre el que éstas hacen referencia y del que nadie discute su existencia), las que nos transmiten los medios de comunicación casi a diario.
Dice la leyenda que cuando avisaron a Picasso del poco parecido que guardaba Gertrude Stein con su retrato pictórico el propio pintor dijo: “no os preocupéis, ya se encargará ella de parecerse a él”. No se equivocaba el malagueño (verdadero avilla dollars), basta con que la noticia sea rentable para que sea la Realidad la que haga lo imposible por ajustarse a las estadísticas.
Otra cosa sería que no les importe acabar cazando moscas a quienes aún no veranean en Benidorm.
1 comentario:
A mí me hace muchísima gracia saber, gracias a las estadísticas, que las mujeres españolas tienen un hijo y medio por cabeza, por cabeza de mujer, se entiende. O sea: salimos, nosotras, a cabeza y media por cabeza.
No me digas que no resulta extraordinario.
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