Hace unos días, todos los periódicos nacionales se hicieron eco, al unísono, de la nueva exposición mostrada en las instalaciones de la Fundación Juan March. En todos ellos, claro, se elogiaba la exposición y en todos ellos, curiosamente, se referían a ella como una exposición “de tesis”. Tal vez para poderla elogiar sin necesidad de hablar de arte. Como si una exposición colectiva que mezcla churras con merinas pudiera ser otra cosa que el producto de una tesis.
Quizá convenga repetirlo hasta el agotamiento, pero el arte no es NADA sin la disciplina que le otorga sentido, la Historia del Arte. Y que por eso toda exposición es, inevitablemente, el producto de una tesis. Así que ¿de dónde puede provenir la ingenuidad de los expertos?, ¿se trata verdaderamente de ingenuidad?
La Fundación muestra una exposición en la que pretende demostrarse que la abstracción expresionista (americana, claro) “no fue un azar [...], sino la transformación progresiva del paisaje”. Y poco más adelante el mismo crítico habla de “la aventura de hallar los vasos comunicantes entre los numerosos compartimientos de la pintura que va del siglo XVIII hasta el último peldaño del siglo XX”.
Así que no es que no tenga razón el experto, ya que lo que viene a decir es que todo lo amalgamado por una disciplina (la Historia del Arte) se encuentra entre sí vinculado, comunicado. Esto es, lleva razón porque lo que dice es una perfecta perogrullada. Además se trata de una perogrullada especialmente ¿ingenua?, ya que desde que nace el arte tal y como ahora lo entendemos, es decir, desde que nace el arte gracias a la implantación de la Historia del Arte (siglo XVIII), nada de todo lo amalgamado por ella queda ajeno a su “objeto”. De tal forma que lo que vincula un cuadro de Bierstad a un cuadro de Pollock es lo mismo que vincula ese mismo Pollock a un relieve asirio o a un urinario invertido. Sería como decir que hay algo que vincula a Manolo Escobar con Bach.
Otra cosa sería dirimir si esa tesis que vincula a los románticos nórdicos con los expresionistas abstractos es verosímil. Es decir, otra cosa sería dirimir si verdaderamente existe un fuerte nexo de unión entre gente como Fiedrich y gente como Newman. Y digo fuerte porque nexo ya sabemos que hay: los dos forman parte de la misma historia que analiza el producto arte como su objeto disciplinar. Y ahí es donde me declaro escéptico. Como mínimo. Podría admitir, si alguien se pusiera muy pesado, que Rothko no sería Rothko sin haber llorado de emoción ante las oníricas pinturas producidas por la Hudson River School, pero me costaría admitir que toda esa muchachada inquieta e inconformista compartiera el gusto por lo decadente y folclórico (Hudson River School) y por una tradición sentimental casi religiosa (expresionismo nórdico).
Más bien me inclinaría a pensar que esa muchachada incorformista se encontró incluida en una tesis. Algo que desean todos los artistas del mundo. Y la Historia del Arte, lo hemos dicho, es el conjunto de tesis más o menos disparatadas. Lógicamente, pues lo que hace indestructible a una disciplina como la Historia del Arte es el hecho de haber podido admitir en su mismo saco las tumbas egipcias y un urinario con nombre propio. Ahora bien, que lo sublime burkeano una a Cole y a Gottlieb ya me parece más atrevido, cuando no jocoso. Sobre todo si leemos las biografías de los expresionistas americanos o si sabemos de sus avatares ante la política de Guerra Fría (Serge Guilbaut) que tanto hizo por ellos. O también si sabemos de las relaciones de todos esos artistas con Peggy Guggenheim, relaciones que se conocen, de primera mano, a través de uno de los peores libros que puedan leerse en vida (no sé si en muerte), Una vida para el arte, puesto que el apoyo de esta mujer no deja de ser absolutamente decisivo en la conformación del Mito. Y desde el siglo XVIII el rito del arte se justifica, sólo, en la realización del Espíritu a través de la Historia del Rito. Tesis, pues, tesis a manta. Sólo tesis, unas más creíbles que otras; unas más afortunadas que otras. Todas, ya se sabe, interesantes. Aún por posiblemente bobas.
Quizá convenga repetirlo hasta el agotamiento, pero el arte no es NADA sin la disciplina que le otorga sentido, la Historia del Arte. Y que por eso toda exposición es, inevitablemente, el producto de una tesis. Así que ¿de dónde puede provenir la ingenuidad de los expertos?, ¿se trata verdaderamente de ingenuidad?
La Fundación muestra una exposición en la que pretende demostrarse que la abstracción expresionista (americana, claro) “no fue un azar [...], sino la transformación progresiva del paisaje”. Y poco más adelante el mismo crítico habla de “la aventura de hallar los vasos comunicantes entre los numerosos compartimientos de la pintura que va del siglo XVIII hasta el último peldaño del siglo XX”.
Así que no es que no tenga razón el experto, ya que lo que viene a decir es que todo lo amalgamado por una disciplina (la Historia del Arte) se encuentra entre sí vinculado, comunicado. Esto es, lleva razón porque lo que dice es una perfecta perogrullada. Además se trata de una perogrullada especialmente ¿ingenua?, ya que desde que nace el arte tal y como ahora lo entendemos, es decir, desde que nace el arte gracias a la implantación de la Historia del Arte (siglo XVIII), nada de todo lo amalgamado por ella queda ajeno a su “objeto”. De tal forma que lo que vincula un cuadro de Bierstad a un cuadro de Pollock es lo mismo que vincula ese mismo Pollock a un relieve asirio o a un urinario invertido. Sería como decir que hay algo que vincula a Manolo Escobar con Bach.
Otra cosa sería dirimir si esa tesis que vincula a los románticos nórdicos con los expresionistas abstractos es verosímil. Es decir, otra cosa sería dirimir si verdaderamente existe un fuerte nexo de unión entre gente como Fiedrich y gente como Newman. Y digo fuerte porque nexo ya sabemos que hay: los dos forman parte de la misma historia que analiza el producto arte como su objeto disciplinar. Y ahí es donde me declaro escéptico. Como mínimo. Podría admitir, si alguien se pusiera muy pesado, que Rothko no sería Rothko sin haber llorado de emoción ante las oníricas pinturas producidas por la Hudson River School, pero me costaría admitir que toda esa muchachada inquieta e inconformista compartiera el gusto por lo decadente y folclórico (Hudson River School) y por una tradición sentimental casi religiosa (expresionismo nórdico).
Más bien me inclinaría a pensar que esa muchachada incorformista se encontró incluida en una tesis. Algo que desean todos los artistas del mundo. Y la Historia del Arte, lo hemos dicho, es el conjunto de tesis más o menos disparatadas. Lógicamente, pues lo que hace indestructible a una disciplina como la Historia del Arte es el hecho de haber podido admitir en su mismo saco las tumbas egipcias y un urinario con nombre propio. Ahora bien, que lo sublime burkeano una a Cole y a Gottlieb ya me parece más atrevido, cuando no jocoso. Sobre todo si leemos las biografías de los expresionistas americanos o si sabemos de sus avatares ante la política de Guerra Fría (Serge Guilbaut) que tanto hizo por ellos. O también si sabemos de las relaciones de todos esos artistas con Peggy Guggenheim, relaciones que se conocen, de primera mano, a través de uno de los peores libros que puedan leerse en vida (no sé si en muerte), Una vida para el arte, puesto que el apoyo de esta mujer no deja de ser absolutamente decisivo en la conformación del Mito. Y desde el siglo XVIII el rito del arte se justifica, sólo, en la realización del Espíritu a través de la Historia del Rito. Tesis, pues, tesis a manta. Sólo tesis, unas más creíbles que otras; unas más afortunadas que otras. Todas, ya se sabe, interesantes. Aún por posiblemente bobas.
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