Los llamados grupos de presión son, en principio, conjuntos de personas que se agrupan para luchar a favor de algo o de alguien. Dicen tener objetivos concretos vinculados a un compromiso y la lucha es su marca de identidad. Y es la lucha debido, precisamente, al sentimiento victimista que prevalece en todo presionador enfurruñado; debido a su sentimiento de confrontación ante lo hegemónico. Por tanto, rectifico: los grupos de presión son conjuntos de personas que se agrupan para luchar en contra de algo o de alguien, porque la lucha es su marca de identidad; su única forma de entender los medios respecto al fin.
Así, podría afirmarse que aquello que los presionadores profesionales se encuentran en primera instancia es con subidones de adrenalina. Con independencia de lo que pretendan. Los subidones que por ejemplo proporciona todo enfrentamiento organizado contra lo hegemónico. Los subidones que proporcionan la lucha contra el poder (por el poder) y el resentimiento, la ira o la venganza disfrazados de reivindicación. Los actos bondadosos no producen subidones de ninguna clase; no hay adrenalina en el acto solidario. Es la lucha lo que realmente les pone cachondos a los presionadores profesionales. Por lo que cabría dudar de si los subidones salen a su encuentro (con independencia de sus fines) o de si verdaderamente son su fin primero. (No tengo duda de que el fin primero de un nacionalista, vasco por ejemplo, es el subidón de adrenalina que le proporciona formar parte de un colectivo con el que comparte ese subidón).
Los grupos de presión están conformados por conjuntos relativamente pequeños de personas que sin embargo poseen una fuerza descomunal*. Son el resultado, una vez más, de la más sofisticada forma de censura, la Corrección Política, tan protectora ella, no tanto de los necesitados como de los quejicas. Gracias a la Corrección Política, la Cultura de la Queja ha conferido un poder brutal a los llorones resabiados. Las minorías victimistas se aprovechan del estúpido sentimiento de culpa de gran parte de los componentes del grupo hegemónico.
Y aunque todos los grupos de presión son políticos no todos se dedican a la política estrictamente hablando. En cualquier caso, los grupos de presión sueñan todos con poder imponerse al “otro” (su inventado enemigo en la mayoría de los casos) al que odian. No defienden unos intereses concretos, sólo pretenden consumar la revancha. No es la independencia lo que pretenden los nacionalistas radicales, sino la anulación (o la aniquilación) del “otro”. Porque en la Era del Miedo lo que se impone es el Odio y en la Era del Miedo las mayorías están muy mal vistas ya que, por hegemónicas, son consideradas tiranas y despóticas. El complejo de culpa debilita tanto…
La diferencia entre unos grupos de presión y otros radica en su capacidad de incidencia sobre el debilitado Estado. Por ejemplo, en política, un puñado de radicales del norte que apenas tienen representatividad en el Estado Español, tiene sin embargo sobre él una incidencia formidable. Y eso, repito, careciendo su voz de eco en la inmensa mayoría del pueblo que lo rechaza: es sabido que los medios en su conjunto no apoyan a esos radicales del norte y sin embargo estos han ya conseguido que incluso comunidades sin intereses nacionalistas reales tengan un estatuto preparado para odiar al “otro” (la Valenciana y la Andaluza). Y han conseguido también que los dos grandes partidos nacionales se rijan por el mismo miedo y la misma ansiedad. Los grupos de presión nacionalistas carecen de objetivos reales más allá de considerar un objetivo la misma queja, la misma demanda, el mismo odio, la misma avaricia, la misma paranoia, el mismo sentimiento revanchista, vengativo. Por lo que nunca podrá satisfacérseles con absolutamente nada. Su bulimia es atroz a la vez que sistemáticamente incurable. Los nacionalistas se nutren del miedo que imponen a un grupo que es inmensamente más grande que él. No deja de ser curioso, además de significativo que sea en los terrenos más nacionalistas donde más representatividad tienen las consignas de los Estudios Culturales y de toda la Cultura de la Queja.
*Nota. En el post precedente hacía referencia a la controversia surgida a partir de un artículo de Enrique Lynch. Tal fue (supuestamente) la polémica que suscitó que hubo de echar mano de la Defensora del lector, Milagros Pérez Oliva, que a su vez publicó un artículo para hacerse eco de esas voces que se habían sentido ofendidas por Lynch y por el editor que permitió su publicación. Éstas fueron sus palabras para justificar su presencia en la Tribuna y su necesidad de expresarse en el periódico: “El artículo de Enrique Lynch Revanchismo de género, publicado el pasado martes ha roto, sin embargo, cualquier precedente en la expresión de malestar. Su contenido ha causado tal conmoción que ya en la mañana del viernes esta Defensora había recibido más de 60 quejas y múltiples llamadas desde todos los rincones de España. Y, al cierre de este artículo, continúo recibiéndolas”.
Así pues, el artículo de la Defensora se hizo NECESARIO porque el citado artículo de Lynch había “causado tal conmoción que ya en la mañana del viernes esta Defensora había recibido más de 60 quejas y múltiples llamadas desde todos los rincones de España”. 60 personas de entre cincuenta millones de personas. Grupos de presión.
viernes, diciembre 25, 2009
Grupos de presión
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