martes, febrero 23, 2010

Ángeles

Toda obra artística es producto de una intención. Y en toda intención existe un deseo de agradar o de convencer, esto es, de persuadir. Muchas veces esa intención lleva consigo un plan en el que la obra pasa a un segundo plano porque el propio deseo de persuadir se encuentra por encima del interés puesto en el producto. Les pasa a muchos artistas cuando carecen de ideas, algo mucho más frecuente de lo que se cree. A algunos les pasa aun a su pesar porque en realidad desean seguir creando en la medida y con los resultados que les hicieron merecedores de un éxito algo prematuro. Y a otros porque les ha sido más fácil adocenarse y repetirse. En arte son demasiados los ejemplos de artistas que habiendo descubierto el truco de su éxito no supieron hacer otra cosa que convertirse en amanerados ensimismados. Repitiendo nauseabundamente la misma obra. Y haciéndolo, además, en nombre de una intención moral. Porque como sabemos el arte siempre se ha fundamentado, legitimado y sustentado sobre códigos morales increíbles. Era la exigencia de quien ejercía el Poder de legitimación del producto del arte (que desde hace 200 son los mismos), que no es otra cosa que el producto de un mercado. O la intención se regía por un fundamento moral o el producto no cabría en el mercado. Así es como los artistas llegaron a ser, todos, creadores de objetos de una bondad infinita. Y para conseguir que esos objetos fueran portadores de una bondad infinita nada más fácil que hacerlos difíciles de entender. Si a esto sumamos el hecho de la dificultad que exige la verdadera creación entenderemos por qué el arte de vanguardia se fundamenta en la intención. Y entenderemos también que haya tantos de esos objetos que nos resulte tan difícil de entender. Y nos encontramos, de nuevo, ante el inicio del texto.

Addenda. Toda obra artística es producto de una intención. Y en toda intención existe un deseo de agradar o de convencer, esto es, de persuadir. Muchas veces esa intención lleva consigo un plan: el de forjar una leyenda, la propia. Y nada hay mejor para ello que crear una obra difícil de entender. A veces a base de explicaciones muy precisas y concretas. Los artistas han llegado a ser, por fin y verdaderamente, legendarios genios de lo críptico (verdadera categoría del arte, que rara y ocasionalmente se da en otras artes), esto es, de lo puramente decorativo. De lo decorativo que siendo ininteligible es portador de una bondad infinita. Pero con mucha intención, mucha. Tanta que a veces el mismo producto pasa a un nada discreto segundo plano. Algo perfecto cuando se carece de ideas. Algo perfecto cuando el producto es ininteligible. Los ángeles del infierno.

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