Muchos periodistas se regodean en la actualidad hablando públicamente de la bajeza moral de la casta política. Llevan razón sólo si en su afirmación no hay discriminación alguna en función de algún tipo de ideología. Es decir, llevan razón si su aserto hace referencia a un conjunto indivisible. No hay forma de salvar la generalidad en un momento en el que lo concreto (que es el bipartidismo, claro: mayoría absoluta) nos gobierna sin piedad. Yo, por otro lado, quizá generalizaría también hablando de incompetencia periodística y quizá el gremio no tuviera forma de salvarse de la generalización, pero éste parece otro tema. En cualquier caso, recorto y pego de un post publicado aquí hace unos días: “en política, un puñado de radicales del norte que apenas tienen representatividad en el Estado Español, tiene sin embargo sobre él una incidencia formidable. Y eso, repito, careciendo su voz de eco en la inmensa mayoría del pueblo que lo rechaza: es sabido que los medios en su conjunto no apoyan a esos radicales del norte y sin embargo estos han ya conseguido que incluso comunidades sin intereses nacionalistas reales tengan un estatuto preparado para odiar al “otro”, la Valenciana y la Andaluza".
Por otra parte, en mi edición anterior del blog, ya señalaba la nula incidencia que tiene sobre los propios políticos (y no sé si sobre la propia sociedad) lo publicado en materia de política nacionalista. Por lo que me es dado conocer, la práctica totalidad de lo que hace referencia a esta materia se encuentra enfocado en una misma dirección, la sensata, la crítica con el verdadero cáncer ideológico de nuestro presente. Sin embargo, como podemos comprobar día a día, las actitudes nacionalistas avanzan subrepticiamente.
Los intelectuales de mayor prestigio no dudan en posicionarse junto a la sensatez, ya sea escribiendo novelas (Aramburu, Juaristi, González Sáinz) o ya sea escribiendo artículos y ensayos (Savater, Azúa, Espada), por citar sólo a unos pocos que rara vez vinculan sus análisis sobre el trema a cuestiones electorales partidistas. Lo que hacen es, “sólo”, denunciar la barbarie. Y sólo cito a los que poseen mayor peso específico en lo que concierne a la Literatura y el Pensamiento, pero en realidad –y esto puede comprobarse-, la práctica totalidad de lo publicado en referencia al problema de los “nacionalismos españoles” ha tomado partido por la sensatez. La práctica totalidad de lo publicado se encuentra en franca discordancia con el enfermizo atavismo tribal. Soy incapaz de acordarme de ningún título reciente que masivamente distribuido pudiera considerarse una apología del nacionalismo catalán o vasco, por ejemplo. Aunque lo haya, en efecto, en ciertas baldas oscuras de algunas librerías retroiluminadas.
Mutatis mutandi. La última novela de González Saiz retrata de forma tan certera como emocionante, el lado más oscuro de los nacionalismos. En Ojos que no ven vemos aparecer el mal desde la misma naturalidad de la connivencia. El mal, que existe por su evidencia brutal, emerge donde ese mal habita tácitamente ignorado. Así, la brutalidad es sólo su fachada, la fachada del verdadero mal, el latente, el que se vive con simpático naturalismo, el que no muestra sus garras pero las usa en la comunidad de vecinos. No se trata tanto de saber cómo alguien traspasa la línea para ser evidentemente malo cuanto de mostrar que muchos de los que no la traspasan pueden ser igual de malos, o incluso más, pues habría que añadir a la maldad la cobardía, la connivencia. La solidaridad con el mal. Que existe.
El protagonista de Ojos que no ven se ve enfrentado a toda esa barahúnda de seres que se desentienden de los males causados tanto por los malos evidentes como por los que ejercen la maldad de forma latente. Y así le va. Felipe Díaz Carrión, que así se llama el protagonista, no puede vivir tranquilo ignorando el pesar de toda víctima de la sinrazón. Y sinrazón es todo lo que es usado como justificación para atentar contra la dignidad humana. En nombre de no se sabe bien qué imaginado y empalagoso pasado. El folklore por encima de la libertad.
En una memorable y emocionante secuencia Felipe Díaz se esfuerza por transmitir a su mujer la barbarie que supone privar de la libertad a un sujeto metiéndolo en un zulo inmundo y cruelmente minúsculo. Pero nada, el desentendimiento como forma de maldad blanda, "simpática": supina.
Toda sociedad imbuida de espíritu nacionalista es una sociedad proclive a una suerte nazismo en la que el síntoma acaba confundiéndose con el signo. Por eso resulta tan importante saber que el hecho de ocultar (o ignorar) a las víctimas no es en realidad más que el preámbulo de un estrepitoso fracaso. Sólo desde ellas y con ellas podrá lograrse la fuerza que se hace necesaria para combatir el mal, que existe. Y no olvidemos que víctimas son quienes padecen o han padecido el mal evidente (el de los buitres leonados, los quebrantahuesos que diría González Sáinz), pero también las que padecen o han padecido ese mismo mal sin tanta evidencia, el mal latente, el mal “naturalista” (el de los alimoches, que se comen las partes blandas).
Así, mientras los dos partidos que nos gobiernan sigan aunando fuerzas para imponernos una política fundamentada en los corralitos nunca se acabará el odio, ese odio que se retroalimenta con las consecuencias que genera. Mientras los dos partidos que nos gobiernan aúnen fuerzas para inculcar una política que tenga por necesidad ignorar a las víctimas para conseguir llevar a cabo sus planes, nada podrá hacerse para resolver el problema del odio, ese odio que se encastilla como forma de vida. Ese odio que fomenta todo nacionalismo. Ese odio fomentado desde todo nacionalismo.
miércoles, febrero 03, 2010
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1 comentario:
Alberto, yo también sigo expectante a la sensatez.
Poussino.
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