lunes, febrero 15, 2010

Expertos en Arte (espectadores acobardados) y III

En los dos posts anteriores he procurado no pronunciarme demasiado con opiniones personales; más bien me he preocupado por dar cierta información que pudiera hablar por sí misma (sin por supuesto evitar el tono irónico). El Arte, es decir, el conjunto de “objetos” que en su nombre se nos presenta como tal y que se agrupan en torno a la Historia del Arte, está configurado por gente que dice cosas como: “estoy convencido de que las opiniones en arte casi siempre carecen de interés y, en cualquier caso, resultan particularmente ridículas cuando, a través de ellas, se quiere establecer una clasificación, por riguroso orden jerárquico, de los mejores artistas u obras” (Calvo Serraller). Y que las dice aun cuando el hecho de decirlas sea indisociable del hecho de opinar. O por decirlo de otra forma, toda afirmación del experto en Arte no puede ser más que una opinión. El Arte, tal y como ahora lo entendemos (aún, pero por poco tiempo) surge cuando los artistas se vieron obligados a tener que elegir entre ser moderno o antiguo. Así es como desde hace aproximadamente 200 años el Arte ha ido basando su selección sobre conceptos como lo nuevo, lo original, o sobre premisas como lo revolucionario o lo progresista. Pues bien, a partir de ese momento todo el Arte Moderno y Contemporáneo no podría dejar de ser, inevitablemente, más que el producto de opiniones más o menos consensuadas por un puñado de... expertos... en opiniones. La cuestión es, pues, que cuando esas opiniones las dictan los expertos sirven, fundamentalmente, para establecer una clasificación. Por eso resulta tan enigmática esa ulterior afirmación del experto: “(las opiniones) resultan especialmente ridículas cuando, a través de ellas, se quiere establecer una clasificación”.

De hecho, el Arte del siglo pasado no es sino el conjunto de las opiniones que con tono paternalista los expertos nos fueron conculcando (unos con más gracia que otros, eso sí, y unos con más inteligencia que otros). Y así sigue siendo aun cuando se haya podido demostrar, con el tiempo, que esas opiniones no fueron sino el resultado de los particulares dolores intestinales de quienes las emitían y promulgaban. Que se ha demostrado, como veremos. Los dolores intestinales establecieron, en cualquier caso y a pesar de todo, la Clasificación Oficial, la que se conoce como Historia del Arte. Si bien esos dolores (síntoma) tuvieron que ser confirmados y homologados por el “Doctor” de los Servicios de Inteligencia (los que convierten el síntoma en signo). Porque eso es exactamente lo que demostró Serge Guilbaut con su libro: que lo que asentó a los expresionistas abstractos americanos no fue sino un intenso dolor intestinal de Clement Greenberg (y similares). Un dolor del que sacó extrema rentabilidad la C.I.A., que fue a su vez la que indujo los dolores.

En efecto, Serge Guilbaut demostró en su De cómo Nueva York robó la idea de arte moderno (edición original de 1983) que el éxito del expresionismo americano se debió fundamentalmente a la estrategia del Gobierno Americano para incrementar su poder en la Guerra Fría. En 350 páginas plagadas de notas explicativas Guilbaut desmonta el mito del artista comprometido con su época y desbarata la mitomanía que lo sustentaba (Mondadori, 1990). Y resulta tan cierto como significativo que desde que fue publicado el libro apenas haya habido historiadores que quisieran rehacer sus opiniones, que quisieran analizar las cosas en función de la nueva información. Catalepsia voluntaria que les permite decir cosas como, “Ésta es una obra maestra absoluta (Verde sobre morado), una de las mejores en la producción de Rothko. Ésta es una obra exigente para el espectador. Le pide muchas renuncias y le clava en una especie de inmovilidad.” (Tomás Lloréns. El País, 27-7-2002). O cosas como, “Los campos de color de Rothko tienen una intensidad contemplativa e invitan a una entrega del ser” que dice Anthony Everitt, experto, por cierto, que también dijo, “Por el azar de la Guerra, Nueva York asumió el papel de París”. POR EL AZAR!!!

Por otra parte, muchos de esos pintores americanos (además de otros) deben una parte importantísima de su éxito al aburrimiento metafísico de Peggy Guggenheim. Así es, no hay más que echar una ojeada a las memorias de la ínclita para descubrir dos cosas absolutamente definitorias: por una parte su espíritu caprichoso y soberanamente inculto, y por otra su nula capacidad como escritora. Podría decir que éste es uno de los peores libros que he leído en mi vida. Sirve, eso sí, para hacerse una idea cabal de quien fue la persona que definitivamente coaguló a las marionetas y engrasó los ejes. A base de unos cuantos millones de dólares y por un miedo terrible al aburrimiento. Dice Peggy (poco antes de dedicarse a la compulsiva compra de arte) “Después de Amalfi decidimos ir a pasar el invierno a Egipto. Nuestro guía nos llevó a todos lados y se encargó de que lo compráramos casi todo […] Nos pasábamos días enteros en los zocos comprando baratijas y bebiendo café turco […] Geográficamente, Egipto es un país extraño. Toda su existencia depende del Nilo; sin él sólo sería un desierto […] La población egipcia es casi toda árabe y vive en una gran pobreza […] El capitán (de la embarcación dahabeah) era muy guapo y me encapriché con él”. A su regreso de Egipto decide ir a París pero sólo hasta el verano, “En verano nos fuimos a Karesee, en el Tirol austríaco”, aunque se cansó de tanta montaña y “finalmente Laurence cedió y me llevó a St. Moritz”. Todo para acabar, unos días después en Venecia: “Mientras estuvimos en Venecia, Lilly (la niñera) cogió una pulmonía y tuve que cuidar de Sindbad (su hijo) todos los días en lugar de los jueves, como era mi costumbre”. Ésta era la vida de Peggy justo antes de decidir que se iba a América: “Luego nos marchamos a América pero no a buscar dinero, porque yo tenía ya el dinero necesario, sino a ver a Benita”. A ver a Benita.

Gracias a su tercer marido Peggy entra en contacto con los comunistas, a los que considera “muy hábiles” y por tanto entra en contacto con todos esos artistas comunistas que se sentían comprometidos con el progreso justo (casi todos). Dice: “en aquella época entendía muy poco de arte. Marcel intentó ayudarme; no sé qué hubiera hecho sin él. Le debo mi introducción en el mundo del arte moderno”. El bueno de Marcel. Pocos días después crea su propia galería, Guggenheim Jeune. Unas horas más tarde: “En Marzo de 1939 se me ocurrió la idea de abrir un museo de arte moderno en Londres”. Unos minutos más tarde: “Mi lema era ‘compra un cuadro al día' y lo seguí al pie de la letra […] Me paseé todo el invierno en los estudios de los artistas y recibiendo a los marchantes de arte, viendo qué podía comprar. Todo el mundo sabía que estaba comprando y me perseguían con cuadros hasta dentro de casa. Incluso me los traían a la cama de buena mañana, cuando ni siquiera me había levantado”. Esto último no habrá quien lo dude si sabe cuál era el verdadero motivo por el que Peggy decidió coleccionar arte.

Así, sabiendo que (por ejemplo) Pollock es un perfecto producto estratégico de la C.I.A para salvar la Guerra Fría (aparentando modernidad desde el más rancio conservadurismo) y que además su éxito se debe en gran parte al furor uterino de una millonaria insatisfecha que compraba a discreción para un MUSEO, sólo nos queda saber que lo que pudieran decir Clement Greenberg o Anthony Everitt sobre Pollock no podían ser más que "simples"opiniones:

“(Pollock) representaba un compromiso con la honestidad emocional” (Everitt).
“Pollock no puede construir con el color, pero tiene un magnífico instinto para las oposiciones resonantes de luz y sombra, y al mismo tiempo es único en su poder para afirmar una superficie cargada o rociada de pintura como imagen sinóptica única” (Greenberg).
“En el fondo, el universal valor representativo del Guernica se debe a la profundidad simbólica del mensaje que representa, o, si se quiere al inmediato impacto que provoca lo que comunican como imagen”(Calvo Serraller).

1 comentario:

Alfred Holanda dijo...

Desde que entré en este blog he leído tus textos con interés y me he divertido y aprendido mucho. Gracias.
Pero en estos tres últimos he encontrado verdadero solaz: trabajo rodeado de personajes creadores de juicios de valor para el arte (principalmente contemporáneo) y, de verdad, sería como para hacer un análisis como el que desarrollas tú, tras cada uno de sus criterios...
Felicidades.