1. La anécdota. Después de 16 años retirado de la docencia he vuelto a dar clases. Mismo tipo de alumnado: misma edad, mismos fines: vivir de aquello para lo que estudian; en este caso, del diseño gráfico. Finalizado el curso 2005-06 mis penúltimas palabras a ese alumnado fueron: “si hubiera tenido que exigiros lo que exigía hace 16 años os habría tenido que suspender a todos”. Respuesta: oídos sordos.
Ahora les voy a contar una anécdota que quizá no sea relevante respecto a su nivel de conocimientos, pero que resulta en cualquier caso significativa. Tenían que entregar unas fotografías y mi consejo fue que me las presentaran como si de un cliente se tratara, esto es, que no me las entregaran a palo seco, sino que las presentaran con cierta“gracia”; y les recomendé que si no se les ocurría nada mejor al menos les construyeran algún tipo de ventana o passe-partout que diera solidez a la imagen.
En general el resultado fue descorazonador: la mayoría parecía haber recortado la cartulina después de una noche de farra. Y en concreto dos de los trabajos adolecían de la seriedad mínima indispensable: las fotos, efectivamente, habían sido enmarcadas recortando una cartulina, pero el resultado manifestaba un desdén de magnitudes casi jocosas: parecían haber recortado la ventana de la cartulina con una hoz. Y después de la farra. Les comenté que tal tosquedad no se correspondía con una simple dejadez, sino que lo hacía con con una absoluta falta de respecto hacia el propio trabajo, lo cual me parecía más grave a la par que sintomático. Por eso les mandé repetir la presentación. Conclusión sorprendente: pues que en esta segunda ocasión las cartulinas parecían estar cortadas con una hoz más afilada; es decir, con una hoz. Presentaban una mejora apenas perceptible. Eso sí, se habían acoplado al nivel general mostrado por el resto de compañeros.
Viendo mi asombro un alumno, el más espabilado de todos, me espetó: “desengáñate Alberto, somos de otra generación a la tuya. Nosotros no sabemos qué hacer con las manos, y por eso lo que hacemos con ellas no lo sabemos hacer. Somos generación del ordenador y la pantalla.”
Es probable que no se trate mas que de una anécdota trivial, pero yo me he leído los exámenes de las asignaturas de Teoría del Diseño y de Historia del Arte y he comprobado que podían pasar por exámenes de Botánica o de Endocrinología. En efecto; ésta es la consecuencia más interesante de las reformas educativas: los alumnos más zoquetes porán exigir, en base a su derecho de minoría, ser evaluados en función de alguna misteriosa corrección política. Y el profesor se verá obligado a evaluar en función de una suerte de hermenéutica posmoderna que permita aprobar a los zoquetes.
Quizá todos los profesores (tanto de enseñanza media como de superior) tengan “anécdotas” similares que contar, pero el caso es que no trascienden en los media, quizá debido a la trivialidad de lo que es considerado anecdótico; esto es: quizá debido a que lo que al parecer importa no es la anécdota, sino el tema de fondo. Ese tema que se toca en los media con bastante frecuencia; la misma con la que la realidad hace oídos sordos a las grandes palabras, a los grandes temas, a los temas de fondo. Así, cuando se habla de Educación se habla, naturalmente, a través de consideraciones genéricas, la mayoría de las veces muy lúcidas, y que indefectiblemente son ignoradas por quienes tienen que actuar (políticamente) previendo resultados a corto plazo. A los demás, los que no tenemos ningún poder, nos hacen mucha gracia por lo lúcido. Y nada sigue igual, sino que va empeorando piano piano.
El caso es que el curso ha acabado y, “anécdotas” aparte, la conclusión es la siguiente: mi criterio para evaluar al alumnado no ha podido ser el de los conocimientos adquiridos por los alumnos. Si ése hubiera sido el criterio ninguno habría aprobado. ¿Entonces? Pues que he aprobado a los que han mostrado un cierto interés. O mejor: a los que han mostrado un poco más de interés que aquellos que no han mostrado nada.
2. La mano. La técnica es producto de la animalidad, de ahí que todos los animales hagan uso de ella para sobrevivir y reproducirse, desde la ameba hasta el cocodrilo pasando por el cormorán y el besugo. Sólo la reflexión acerca de ella es una cuestión estrictamente humana. Es más, es la consciencia de la técnica lo que nos hace humanos. Y es la táctica resultante de esa reflexión la que produce lo que llamamos cultura.
Esa conciencia adviene, como muy bien explica Spengler (tantas veces considerado agorero), con el descubrimiento de la mano. Es la mano por la que el Hombre se enfrenta y contrapone a la fatalidad de la Naturaleza. Es la mano la que crea; la que por crear produce cultura; y la que al producir cultura nos enfrenta a la Naturaleza. La mano es, pues, lo que nos hace humanos. Al pensar teórico de los ojos se suma el pensar práctico de la mano; a la sabiduría intuitiva derivada de la contemplación se suma la inteligencia de quien trabaja con los principios del medio y del fin. Es el acto de prometeo. Se trata de la tragedia que ya nunca abandonará al hombre: la de tener que enfrentarse a aquello de lo que es consciente y que le sobrepasa, la Naturaleza. Y todo por la mano.
Pero eso fueron los principios, el origen. La mano nos hizo inteligentes al otorgarnos la posibilidad de pensar de modo práctico. Sabemos por otra parte que toda práctica requiere de técnica y que toda técnica necesita ser eficaz para poder ser considerada en la elaboración de una Historia Universal de la Humanidad. Así fue como se inventó la rueda y se impuso sobre otros métodos de arrastre.
3. La Realidad. Ahora la mano está en desuso, en declive, en extinción. Aún las usamos en el teclado del ordenador pero éste pronto responderá al dictado de nuestra voz, como los interruptores de la luz, y el equipo de música, que no existirá como tal porque formará parte del gran ordendor central, que responderá al timbre de nuestra voz y que habrá aprendido a hacenos la vida más fácil. Porque de eso se trataba: de que todo fuera más fácil.
Muy probablemente se me diga que nunca como ahora los jóvenes gozan de un elevado y confortable nivel de vida en los paises desarrollados. Seguramente me lo dirán los optimistas. Y seguramente tienen razón porque nunca como ahora los jóvenes han tenido tantas facilidades. Los jóvenes de ahora sólo tienen motivos para ser felices. En la infancia les enseñan expresión corporal y conocimiento del medio. Nada que fuerce su memoria, no vaya a ser que el esfuerzo pueda causar traumas psicológicos en algunos (y después denuncien al profe) o promueva agravios comparativos en otros (y después denuncien al profe). En la adolescencia no les faltará de nada: última tecnología, parques temáticos, televisión e internet a manta. Y por si faltara poco, unos padres que actúan exactamente igual que ellos (esperarando desesperadamente el fin de semana para irse de marcha y llegar ebrios a las tantas. Y esto no es mas que la descripción de una realidad muy distinta a la que vivimos los de otra generación). No sabrán siquiera definir conceptos que usan a diario, pero tendrán facilidades para viajar a cualquier sitio y podrán acudir a las clases con chanclas y camiseta sport. Saben que definitivamente el Conocimiento no es llave de felicidad alguna.
4. Nueva Era. Algo se mueve. Algo se mueve a lo grande. Si no me equivoco la conclusión de mi reflexión es que el Conocimiento está en decadencia si no es que está periclitado totalmente. Conocer (adquirir conocimientos) no es garantía de nada para los decreídos jóvenes. Saben, porque lo comprueban a diario, que aquellos que han dedicado su vida a conocer apenas saben nada (además, si algo reivindican los sabios es, lógicamente, su condición de ignorantes). Por eso los jóvenes han decidido no perder el tiempo y no saben ni siquiera definir conceptos elementales; ni falta que les hace. Saben que ahora todo es pasajero y circunstancial. Nada les indica que pueda ser importante lo que no exista en Internet y por eso no compran libros. Todo lo que necesitan se encuentra en Internet y tienen la absoluta seguridad que lo que necesitan para sobrevivir allí se encuentra. Los que sabemos que el Conocimiento está en otra dimensión ajena a Internet somos seres rancios y obsoletos para esa nueva juventud engreida y autosuficiente. Esa juventud ya no se enfrenta, como fue habitual en otras eras, a la generación que les ha educado, puesto que su soberbia no tiene límites, y por ello se enfrenta a todas las generaciones anteriores, a todo el pasado, a toda la Historia. No quieren recordar, sólo quieren inventar y aunque les demuestres que a veces no inventan y que sólo rebuznan no se preocupan porque saben que hasta eso puede rentabilizarse. Y todo se lo hemos enseñado nosotros: con la imposición metológica de los estudios culturales, con la eliminación de la filosofía del sistema educativo, con la difusión de la cultura de la queja, con el desprecio hacia todo criterio de excelencia, con la imposición de la corrección política y con la exaltación de todo victimismo. Saben que todo es pasajero y que nada es verdadero y mucho menos definitivo: ni el amor, ni la ciencia, ni el arte, ni el deporte, ni el trabajo...
Ahora les voy a contar una anécdota que quizá no sea relevante respecto a su nivel de conocimientos, pero que resulta en cualquier caso significativa. Tenían que entregar unas fotografías y mi consejo fue que me las presentaran como si de un cliente se tratara, esto es, que no me las entregaran a palo seco, sino que las presentaran con cierta“gracia”; y les recomendé que si no se les ocurría nada mejor al menos les construyeran algún tipo de ventana o passe-partout que diera solidez a la imagen.
En general el resultado fue descorazonador: la mayoría parecía haber recortado la cartulina después de una noche de farra. Y en concreto dos de los trabajos adolecían de la seriedad mínima indispensable: las fotos, efectivamente, habían sido enmarcadas recortando una cartulina, pero el resultado manifestaba un desdén de magnitudes casi jocosas: parecían haber recortado la ventana de la cartulina con una hoz. Y después de la farra. Les comenté que tal tosquedad no se correspondía con una simple dejadez, sino que lo hacía con con una absoluta falta de respecto hacia el propio trabajo, lo cual me parecía más grave a la par que sintomático. Por eso les mandé repetir la presentación. Conclusión sorprendente: pues que en esta segunda ocasión las cartulinas parecían estar cortadas con una hoz más afilada; es decir, con una hoz. Presentaban una mejora apenas perceptible. Eso sí, se habían acoplado al nivel general mostrado por el resto de compañeros.
Viendo mi asombro un alumno, el más espabilado de todos, me espetó: “desengáñate Alberto, somos de otra generación a la tuya. Nosotros no sabemos qué hacer con las manos, y por eso lo que hacemos con ellas no lo sabemos hacer. Somos generación del ordenador y la pantalla.”
Es probable que no se trate mas que de una anécdota trivial, pero yo me he leído los exámenes de las asignaturas de Teoría del Diseño y de Historia del Arte y he comprobado que podían pasar por exámenes de Botánica o de Endocrinología. En efecto; ésta es la consecuencia más interesante de las reformas educativas: los alumnos más zoquetes porán exigir, en base a su derecho de minoría, ser evaluados en función de alguna misteriosa corrección política. Y el profesor se verá obligado a evaluar en función de una suerte de hermenéutica posmoderna que permita aprobar a los zoquetes.
Quizá todos los profesores (tanto de enseñanza media como de superior) tengan “anécdotas” similares que contar, pero el caso es que no trascienden en los media, quizá debido a la trivialidad de lo que es considerado anecdótico; esto es: quizá debido a que lo que al parecer importa no es la anécdota, sino el tema de fondo. Ese tema que se toca en los media con bastante frecuencia; la misma con la que la realidad hace oídos sordos a las grandes palabras, a los grandes temas, a los temas de fondo. Así, cuando se habla de Educación se habla, naturalmente, a través de consideraciones genéricas, la mayoría de las veces muy lúcidas, y que indefectiblemente son ignoradas por quienes tienen que actuar (políticamente) previendo resultados a corto plazo. A los demás, los que no tenemos ningún poder, nos hacen mucha gracia por lo lúcido. Y nada sigue igual, sino que va empeorando piano piano.
El caso es que el curso ha acabado y, “anécdotas” aparte, la conclusión es la siguiente: mi criterio para evaluar al alumnado no ha podido ser el de los conocimientos adquiridos por los alumnos. Si ése hubiera sido el criterio ninguno habría aprobado. ¿Entonces? Pues que he aprobado a los que han mostrado un cierto interés. O mejor: a los que han mostrado un poco más de interés que aquellos que no han mostrado nada.
2. La mano. La técnica es producto de la animalidad, de ahí que todos los animales hagan uso de ella para sobrevivir y reproducirse, desde la ameba hasta el cocodrilo pasando por el cormorán y el besugo. Sólo la reflexión acerca de ella es una cuestión estrictamente humana. Es más, es la consciencia de la técnica lo que nos hace humanos. Y es la táctica resultante de esa reflexión la que produce lo que llamamos cultura.
Esa conciencia adviene, como muy bien explica Spengler (tantas veces considerado agorero), con el descubrimiento de la mano. Es la mano por la que el Hombre se enfrenta y contrapone a la fatalidad de la Naturaleza. Es la mano la que crea; la que por crear produce cultura; y la que al producir cultura nos enfrenta a la Naturaleza. La mano es, pues, lo que nos hace humanos. Al pensar teórico de los ojos se suma el pensar práctico de la mano; a la sabiduría intuitiva derivada de la contemplación se suma la inteligencia de quien trabaja con los principios del medio y del fin. Es el acto de prometeo. Se trata de la tragedia que ya nunca abandonará al hombre: la de tener que enfrentarse a aquello de lo que es consciente y que le sobrepasa, la Naturaleza. Y todo por la mano.
Pero eso fueron los principios, el origen. La mano nos hizo inteligentes al otorgarnos la posibilidad de pensar de modo práctico. Sabemos por otra parte que toda práctica requiere de técnica y que toda técnica necesita ser eficaz para poder ser considerada en la elaboración de una Historia Universal de la Humanidad. Así fue como se inventó la rueda y se impuso sobre otros métodos de arrastre.
3. La Realidad. Ahora la mano está en desuso, en declive, en extinción. Aún las usamos en el teclado del ordenador pero éste pronto responderá al dictado de nuestra voz, como los interruptores de la luz, y el equipo de música, que no existirá como tal porque formará parte del gran ordendor central, que responderá al timbre de nuestra voz y que habrá aprendido a hacenos la vida más fácil. Porque de eso se trataba: de que todo fuera más fácil.
Muy probablemente se me diga que nunca como ahora los jóvenes gozan de un elevado y confortable nivel de vida en los paises desarrollados. Seguramente me lo dirán los optimistas. Y seguramente tienen razón porque nunca como ahora los jóvenes han tenido tantas facilidades. Los jóvenes de ahora sólo tienen motivos para ser felices. En la infancia les enseñan expresión corporal y conocimiento del medio. Nada que fuerce su memoria, no vaya a ser que el esfuerzo pueda causar traumas psicológicos en algunos (y después denuncien al profe) o promueva agravios comparativos en otros (y después denuncien al profe). En la adolescencia no les faltará de nada: última tecnología, parques temáticos, televisión e internet a manta. Y por si faltara poco, unos padres que actúan exactamente igual que ellos (esperarando desesperadamente el fin de semana para irse de marcha y llegar ebrios a las tantas. Y esto no es mas que la descripción de una realidad muy distinta a la que vivimos los de otra generación). No sabrán siquiera definir conceptos que usan a diario, pero tendrán facilidades para viajar a cualquier sitio y podrán acudir a las clases con chanclas y camiseta sport. Saben que definitivamente el Conocimiento no es llave de felicidad alguna.
4. Nueva Era. Algo se mueve. Algo se mueve a lo grande. Si no me equivoco la conclusión de mi reflexión es que el Conocimiento está en decadencia si no es que está periclitado totalmente. Conocer (adquirir conocimientos) no es garantía de nada para los decreídos jóvenes. Saben, porque lo comprueban a diario, que aquellos que han dedicado su vida a conocer apenas saben nada (además, si algo reivindican los sabios es, lógicamente, su condición de ignorantes). Por eso los jóvenes han decidido no perder el tiempo y no saben ni siquiera definir conceptos elementales; ni falta que les hace. Saben que ahora todo es pasajero y circunstancial. Nada les indica que pueda ser importante lo que no exista en Internet y por eso no compran libros. Todo lo que necesitan se encuentra en Internet y tienen la absoluta seguridad que lo que necesitan para sobrevivir allí se encuentra. Los que sabemos que el Conocimiento está en otra dimensión ajena a Internet somos seres rancios y obsoletos para esa nueva juventud engreida y autosuficiente. Esa juventud ya no se enfrenta, como fue habitual en otras eras, a la generación que les ha educado, puesto que su soberbia no tiene límites, y por ello se enfrenta a todas las generaciones anteriores, a todo el pasado, a toda la Historia. No quieren recordar, sólo quieren inventar y aunque les demuestres que a veces no inventan y que sólo rebuznan no se preocupan porque saben que hasta eso puede rentabilizarse. Y todo se lo hemos enseñado nosotros: con la imposición metológica de los estudios culturales, con la eliminación de la filosofía del sistema educativo, con la difusión de la cultura de la queja, con el desprecio hacia todo criterio de excelencia, con la imposición de la corrección política y con la exaltación de todo victimismo. Saben que todo es pasajero y que nada es verdadero y mucho menos definitivo: ni el amor, ni la ciencia, ni el arte, ni el deporte, ni el trabajo...
5. Idiota. Soy un idiota: tras un esfuerzo que ha sido producto de una dilatada experiencia, constantes lecturas y muchas reflexiones he llegado a una conclusión que para los jóvenes no es mas que una premisa. Una simple premisa, una premisa simple.
3 comentarios:
¿Has leído el discurso de Nicolás Sarkozy dedicado a los jóvenes? Creo que hemos perdido el norte y en busca de la perfección nos hemos quedado educando andróginos con buenas excusas.
Si no tienes el discurso lo encontrarás facilmente en Le Monde, que lo publicó completo
Nunca hasta ahora, el equilibrio que mantenemos en la cresta de la ola fué tan frágil. Cuando rompa la ola no sé si podremos regresar a la orilla
No sólo Spengler ha hablado de que la mano hace la diferencia entre la animalidad y humanidad. El filósofo español Leonardo Polo habla extensamente del tema y lo amplía a la familia. Yo me pregunto ante tu estupefacción, que compartimos, ¿no es ESE el punto neurálgico? ¿Los padres ausentes o que van a lo suyo y los hijos de nuevo descendiendo de los árboles?
Saludos sinceros. Te seguiré en mis bloglines ya te anoté :)
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