Me invitó a comer porque quería que probara un nuevo plato que, esta vez, había elaborado a partir de tres recetas distintas. Como en otras ocasiones, se trataba de que diera mi opinión respecto al invento culinario sin darle más importancia que la que pueda darse a la opinión de un amigo del que te fías en materia gastronómica.
Intrigado por el extraño silencio mantenido durante la degustación me preguntó, "Qué te parece, que no dices nada?, ¿que no te gusta?" A lo que yo contesté con circunspecto talante: "el maldito plato te lo puedes meter por el culo, mamón, a ver si con un poco de suerte se te pudre en el intestino y corroe todas tus putas vísceras. La guarnición me repugna y la salsa es una puta mierda que parece estar hecha para escupirse. Tu sentido culinario es el de un cerdo que se regodea entre sus propias heces, hijo de puta".
Su desconcierto, lógicamente, le dejó sin habla un instante, el instante en el que tal desconcierto te adviene como un mazazo. Tanto debido a que me dirigiera a él en esos términos cuanto por haber utilizado un lenguaje que él nunca me había escuchado. Después de ese instante, ya con la calma que confiere intuir la existencia de un gato encerrado, pero sin dejar de mostrarse desconcertado por desconocer la ubicación del gato, me preguntó, "¿a qué viene todo esto?", a lo que yo contesté, "libertad de expresión, amigo, libertad de expresión; el plato no ha sido lo que me esperaba". Y ahí acabó todo.
Flash Back. El día anterior habíamos mantenido una amistosa pero acalorada discusión acerca de las famosas declaraciones del dramaturgo Rubianes. Supongo que debido a la buena voluntad (la que consiste en pensar y creer que todos tenemos derecho a decir lo que pensamos del modo que nos venga en gana), mi amigo se veía en la obligación de posicionarse junto a lo que más sonara a Libertad. Y eso es exactamente lo que hacía. "se trata de libertad de expresión", repetía como una muletilla.
Ya casi terminada la discusión dijo: "tal vez Rubianes se excediera en las formas, pero en ningún caso respecto al contenido". Y como para él lo importante era ese contenido concluyó: "la cuestión es que lleva razón Rubianes; y lo que hace falta en realidad es más gente que, como él, tenga el valor de expresar públicamente, sin miedo y sin vergüenza, lo que pensamos tanta gente".
De poco me sirvió demostrarle que no es valor lo que hace falta para expresar las cosas en esos términos. De poco me sirvió explicarle que mucha ("tanta") gente no es toda. De poco me sirvió el uso que desde ese momento hice de la teoría literaria. De poco me sirvió el arsenal de argumentos con lo que intenté demostrar que la expresión verbal es apreciada como excelente sólo cuando ambos factores (fondo y forma) son indisolubles. De poco me sirvió dejarle claro con varios ejemplos que las formas sin fondo son pura y simple superficie y que el fondo sin formas es vapor de agua. De poco me sirvió preguntarle si es así (con esa libertad de expresión) como quiere enseñar a sus hijos a argumentar cuando algo no les satisfaga. De poco me sirvió decirle que la educación debe tener algo que ver con todo esto. De nada me sirvió, más bien. Para él, las palabras de Rubianes significaban y representaban la libertad de expresión y quienes las rechazábamos representábamos a la nueva Inquisición fascistoide.
No sé si mi amigo seguirá fiándose de mí en materia gastronómica, lo que sí sé es que me mira raro.
Intrigado por el extraño silencio mantenido durante la degustación me preguntó, "Qué te parece, que no dices nada?, ¿que no te gusta?" A lo que yo contesté con circunspecto talante: "el maldito plato te lo puedes meter por el culo, mamón, a ver si con un poco de suerte se te pudre en el intestino y corroe todas tus putas vísceras. La guarnición me repugna y la salsa es una puta mierda que parece estar hecha para escupirse. Tu sentido culinario es el de un cerdo que se regodea entre sus propias heces, hijo de puta".
Su desconcierto, lógicamente, le dejó sin habla un instante, el instante en el que tal desconcierto te adviene como un mazazo. Tanto debido a que me dirigiera a él en esos términos cuanto por haber utilizado un lenguaje que él nunca me había escuchado. Después de ese instante, ya con la calma que confiere intuir la existencia de un gato encerrado, pero sin dejar de mostrarse desconcertado por desconocer la ubicación del gato, me preguntó, "¿a qué viene todo esto?", a lo que yo contesté, "libertad de expresión, amigo, libertad de expresión; el plato no ha sido lo que me esperaba". Y ahí acabó todo.
Flash Back. El día anterior habíamos mantenido una amistosa pero acalorada discusión acerca de las famosas declaraciones del dramaturgo Rubianes. Supongo que debido a la buena voluntad (la que consiste en pensar y creer que todos tenemos derecho a decir lo que pensamos del modo que nos venga en gana), mi amigo se veía en la obligación de posicionarse junto a lo que más sonara a Libertad. Y eso es exactamente lo que hacía. "se trata de libertad de expresión", repetía como una muletilla.
Ya casi terminada la discusión dijo: "tal vez Rubianes se excediera en las formas, pero en ningún caso respecto al contenido". Y como para él lo importante era ese contenido concluyó: "la cuestión es que lleva razón Rubianes; y lo que hace falta en realidad es más gente que, como él, tenga el valor de expresar públicamente, sin miedo y sin vergüenza, lo que pensamos tanta gente".
De poco me sirvió demostrarle que no es valor lo que hace falta para expresar las cosas en esos términos. De poco me sirvió explicarle que mucha ("tanta") gente no es toda. De poco me sirvió el uso que desde ese momento hice de la teoría literaria. De poco me sirvió el arsenal de argumentos con lo que intenté demostrar que la expresión verbal es apreciada como excelente sólo cuando ambos factores (fondo y forma) son indisolubles. De poco me sirvió dejarle claro con varios ejemplos que las formas sin fondo son pura y simple superficie y que el fondo sin formas es vapor de agua. De poco me sirvió preguntarle si es así (con esa libertad de expresión) como quiere enseñar a sus hijos a argumentar cuando algo no les satisfaga. De poco me sirvió decirle que la educación debe tener algo que ver con todo esto. De nada me sirvió, más bien. Para él, las palabras de Rubianes significaban y representaban la libertad de expresión y quienes las rechazábamos representábamos a la nueva Inquisición fascistoide.
No sé si mi amigo seguirá fiándose de mí en materia gastronómica, lo que sí sé es que me mira raro.
1 comentario:
Sigues teniendo amigos mejores que tu.Mi opinión se acerca más a la de ese supuesto amigo que a la tuya.Hay momentos que hay que decir las cosas claras y dudo mucho que estes capacitado para hablar a tus amiguetes de valores.
El lenguaje es amplio y valido si entiendes el significado, otra cosa es que te acojone y no quieras mojarte con lo politicamente incorrecto.
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