Qué raro se me hace todo a veces. Hace tan sólo unos días cruzaba por en medio de los campos de arroz valencianos mientras me embargaba una fuerte sensación de felicidad. Los colores, los aromas, la música... los recuerdos.
Hoy, sin embargo, todo, los aromas, los colores, la música... y los recuerdos, no podían alejar de mí toda la pena posible, la que ahora me embarga. ¡Cuánta fragilidad!
Una de las cuestiones más recurrentes en filosofía es aquella que hace referencia a la identidad. Se ha dicho prácticamente todo lo que pueda decirse de ella, por lo que el concepto es, a la postre, entendido por cada uno (cada sujeto) de la forma en la que le viene en gana, que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. En cualquier caso, mucho (¿quizá todo?) de lo que se ha dicho al respecto ha quedado supeditado, de forma inevitable, al lenguaje, ese sistema de signos gracias al cual en realidad somos. Alteridad, mismidad, identidad... nada sin el lenguaje. Dicen. Y no seré yo quien diga lo contrario. Que por algo es uno el que interpreta los signos.
Una forma conspicua de entender y solucionar el problema es el de declarar al sujeto, no como una unidad, sino como el resultado de una suma de posibles. Así, el sujeto nunca podrá ser uno, sino muchos. Y a una caterba de pruebas nos remiten esos defensores del sujeto entendido como una suma de muchos. Que son legión, tanto ellos como el uno. Como si decir eso, que no deja de ser cierto, pudiera ser algo distinto de decir lo contrario.
Está más que claro, al menos para mí, que yo tengo poco que ver con aquel chaval de antaño al que le gustaban los bocadillos de atún, pero soy el mismo que pasó tanto miedo en aquella noche oscura y que fue tan feliz en aquella tarde estival. Que por eso soy el que soy. Que por eso soy como soy. Así pues, no seré yo quien desestime toda posible interpretación del concepto de identidad porque se trata de un concepto que, a la postre, será entendido por cada uno de la forma en la que le venga en gana (en cada momento), que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. Interpretación, por tanto, que no podrá ser extensiva a nadie. Al menos no neceariamente. Ni comunicable. Y, dede luego, nunca podrá tender a lo corporativo.
Hoy me embargaba la pena en los arrozales, en los mismos arrozales donde me pareció rozar la felicidad hace tan solo unos días. Y mañana pienso almorzarme un bocadillo de atún. Qué raro se me hace todo a veces. Y qué normal se me hace otras.
Hoy, sin embargo, todo, los aromas, los colores, la música... y los recuerdos, no podían alejar de mí toda la pena posible, la que ahora me embarga. ¡Cuánta fragilidad!
Una de las cuestiones más recurrentes en filosofía es aquella que hace referencia a la identidad. Se ha dicho prácticamente todo lo que pueda decirse de ella, por lo que el concepto es, a la postre, entendido por cada uno (cada sujeto) de la forma en la que le viene en gana, que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. En cualquier caso, mucho (¿quizá todo?) de lo que se ha dicho al respecto ha quedado supeditado, de forma inevitable, al lenguaje, ese sistema de signos gracias al cual en realidad somos. Alteridad, mismidad, identidad... nada sin el lenguaje. Dicen. Y no seré yo quien diga lo contrario. Que por algo es uno el que interpreta los signos.
Una forma conspicua de entender y solucionar el problema es el de declarar al sujeto, no como una unidad, sino como el resultado de una suma de posibles. Así, el sujeto nunca podrá ser uno, sino muchos. Y a una caterba de pruebas nos remiten esos defensores del sujeto entendido como una suma de muchos. Que son legión, tanto ellos como el uno. Como si decir eso, que no deja de ser cierto, pudiera ser algo distinto de decir lo contrario.
Está más que claro, al menos para mí, que yo tengo poco que ver con aquel chaval de antaño al que le gustaban los bocadillos de atún, pero soy el mismo que pasó tanto miedo en aquella noche oscura y que fue tan feliz en aquella tarde estival. Que por eso soy el que soy. Que por eso soy como soy. Así pues, no seré yo quien desestime toda posible interpretación del concepto de identidad porque se trata de un concepto que, a la postre, será entendido por cada uno de la forma en la que le venga en gana (en cada momento), que por algo es uno (cada uno) el que interpreta su ser como sujeto. Interpretación, por tanto, que no podrá ser extensiva a nadie. Al menos no neceariamente. Ni comunicable. Y, dede luego, nunca podrá tender a lo corporativo.
Hoy me embargaba la pena en los arrozales, en los mismos arrozales donde me pareció rozar la felicidad hace tan solo unos días. Y mañana pienso almorzarme un bocadillo de atún. Qué raro se me hace todo a veces. Y qué normal se me hace otras.
2 comentarios:
También es muy extraño que unos días haga sol y otros esté nublado. O que unos días sople el viento del Este y otros del Oeste. Que unos días nos sonría la gente y en otros ni nos miren. Todo es muy extraño.
Pero no es una pena.
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