Para iniciar la lectura de este texto debería conocerse la polémica que surgió a partir de un artículo que Enrique Lynch publicó en El País. El filósofo venía a expresar en él que mucho de lo que se propone como feminismo no es más que un conjunto de actitudes que muestran, antes que otra cosa, un espíritu revanchista. Como era de prever, se lo están comiendo por los pies. Y dadas las reacciones ante la publicación, muy probablemente el editor del periódico se plantee la posibilidad de no reincidir en este tipo de manifestaciones en el futuro. Sobre todo si confirma que hacer uso de la libertad de expresión le genera más problemas que beneficios. Y así es como empieza siempre la autoimposición de la más estricta y encubierta censura del hoy: la Corrección Política. Y es así como la Corrección Política va ganando aún más terreno, si cabe.
Hay que reconocer que no resulta fácil ser imprevisible en lo que a opinión se refiere. De hecho apenas hay nada en prensa que lo sea. No se trataría tanto de situarse en un bando o en otro respecto a una u otra ideología. Eso no tiene ningún mérito por mucho que se expresen opiniones aparentemente atrevidas. De lo que se trata es de opinar libremente sobre aquello que está inmisericordemente controlado por los grupos de presión. Ahí es donde hace falta demostrar valor. De hecho, una vez entran estos grupos en acción (cuando surge la polémica) el problema deja de ser lo dicho (la misma opinión) y se centra en el hecho de si debió decirse; en el hecho de si se debió evitar que se dijera, que se publicara. Y entonces, y sólo entonces, es cuando con la Iglesia topamos, amigo Sancho. Con el artículo en cuestión ha pasado exactamente eso: la opinión de Lynch puede resultar controvertida en sí misma, pero la cólera que ha suscitado ha devenido tanto del propio texto como de la permisividad del editor en su publicación.
Tengo para mí que además de haberse metido en arenas movedizas Lynch ha incurrido en un típico error metodológico cuando se tratan estos temas: haber entrado a bocajarro. Un error o un acierto, según se mire, porque después de todo no se necesita más, para un artículo de opinión, que decir lo que se piensa sin necesidad de andar con circunloquios justificativos. Por lo que podría considerarse un acierto si lo medimos por su capacidad de incidencia. En todo caso, más que un error o un acierto podría ser entendido como un acto de valentía, es decir, un acto de inconsciencia. De hecho, no hay más que echar una ojeada a mi anterior post para saber que, o bien yo soy un analítico impenitente o bien soy un cobarde. O ambas cosas. Me pasa por creer que si hubiera abordado el tema sin tanto prólogo habría fracasado ante los más obcecados, que son precisamente aquellos a los que fundamentalmente me dirijo. Imagine el lector que hubiera dicho algo así como que “ciertas manifestaciones populares resultan representativas del verdadero sentir del genérico de las mujeres (feministas por derecho y deber y no necesariamente numerarias) y delatan sus verdaderas y aviesas intenciones”. Y que por ello considerara rápidamente que “el humor zafio de esas mujeres que como feministas actúan no puede ser más que la evidencia o la prueba de que lo que quieren no se encuentra en reivindicación alguna, sino en cosas como el odio, la venganza, la ambición…”. Imagíneselo el lector.
Respecto a las reacciones suscitadas por el artículo de Lynch, aquí el título de las tres respuestas con más visitas en Internet: “Imbéciles sin fronteras: Enrique Lynch”, “el machista resentido o el linchador resentido: Enrique Lynch” y “Según Enrique Lynch el feminismo provoca violencia de género”. El revuelo, como no, puso en marcha enseguida a la Defensora del lector de El País, Milagros Pérez Oliva, con la entradilla: “Lectoras y asociaciones de mujeres recriminan a EL PAÍS haber publicado un artículo que culpa a las mujeres de la violencia machista”. Así pues, si alguien quisiera guiarse por lo publicado en Internet para saber de la noticia se encontraría abrumado por las entradas de quienes discrepan del artículo y de quienes por discrepar lo rechazan categóricamente.
Respecto al artículo en sí, la cuestión radicaría en si lo que Lynch dijo promueve y alienta la violación de los derechos humanos, tal y como afirman las ofendidas. Dice Pilar López Díez, doctora en Ciencias de la Información y (según ella) experta en Comunicación y género: “Creemos que, de la misma forma, quienes dirigen los medios deben ser exquisitamente exigentes y rigurosos en la selección de los artículos a publicar, especialmente aquellos que transmiten opiniones que pueden promover y alentar, en individuos peligrosos, la violación de derechos humanos de las mujeres tan fundamentales como el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad y a no ser sometidas a tratos crueles, inhumanos o degradantes”. Lo que no deja de resultar curioso, pues lo que Lynch considera es, precisamente, que una cierta manera de entender el feminismo puede promover violencia contra la mujer. Y la doctora añade en otro momento: “Los argumentos, aunque fáciles e intelectualmente muy limitados, no dejan de ser peligrosos respecto al grave problema del que hablamos porque da una pátina intelectual a las posiciones más groseras del más burdo machismo”. Para no agobiar al lector con más citas, sólo decir que la conclusión que más claramente puede extraerse de las entradas más activistas de Internet es que nunca debió publicarse el artículo. Por tanto, como era de prever, el problema se extendía más allá de la opinión y abarcaba la consideración de la oportunidad de su publicación. O sea, la censura.
He aquí algunos matices que pudieran servir para situar mejor la polémica. Y para ello quizá sea necesario acudir al leitmotiv del artículo de Lynch, que no es otro que el eslogan publicitario que reza: "De todos los hombres que haya en mi vida ninguno será más que yo" (cuyo comentario dejo para otra ocasión). Lema-slogan que TODO EL MUNDO “CONOCÍA” YA (incluso antes de su creación y difusión), pues bajo mi punto de vista, se trata de un slogan que todas las mujeres tienen asimilado implícitamente a través de todas las conculcaciones explícitas de otros cientos de slogans similares.
Lo que Lynch dice al respecto es que los tiempos verbales de la redacción muestran el carácter revanchista, carácter que según el filósofo se habría evitado con los tiempos en pasado ("De todos los hombres que hubo en mi vida ninguno fue más que yo"). Afirma además que con el slogan “el Ministerio de la Igualdad, aconseja (a las mujeres) imponerse a sus futuros hombres” y que, por todo ello “parece jalear la guerra de sexos, como desde hace décadas hace el feminismo mal encarado, según la pauta de lo que Nietzsche llamaba "moral de la víctima". Y después afirma (y éste sería el verdadero fin último de la opinión de Lynch, aunque todas las feministas lo hayan ignorado en sus críticas) que “la relación entre hombres y mujeres- que es de una enorme complejidad, sino que subsidiariamente no ha hecho sino aumentar de forma alarmante la tasa anual de actos de violencia machista al lanzar a las mujeres al choque con machos ignorantes y brutales, hombres que -nunca olvidemos esto- han sido gestados, amamantados, criados y formados por mujeres”.
Hasta aquí los hechos. No va a ser éste un buen momento para analizar los argumentos de Lynch. Como tampoco lo va a ser para discutir acerca de la oportunidad de su publicación, que para mí es incuestionable. Lo que sí me parece interesante resaltar son los argumentos, no tanto de quienes desacuerdan con el artículo cuanto de quienes se han mostrado claramente en contra de su publicación. A lo mejor, en el análisis extraemos alguna conclusión interesante. Para ello vamos a acudir al artículo que pocos días después se publicó en la misma sección de El País y que firmaba, nada más y nada menos, que la Defensora del lector, Milagros Pérez Oliva, ya citada, y que venía a solidarizarse con todas las voces que consideraron un error la publicación del artículo. El texto de la Defensora está estructurado a base de fragmentos escogidos de todos esos lectores que se han quejado de los (“no”) argumentos de Lynch. Debemos por tanto suponer que de entre la (supuesta) avalancha de protestas recibidas, ha escogido los mejores razonamientos, ya que el fin último de Milagros es, en efecto, cuestionar la oportunidad de la publicación del artículo de Lynch.
El lapsus. Por lo tanto, de todos los textos recibidos, la Defensora ha elegido los que consideró más pertinentes, oportunos y representativos de un (supuesto) amplio sector (que supuestamente se manifestaba en la queja). Así, recorto y pego un fragmento de su artículo sin recorte alguno:
“Resulta difícil resumir en un artículo como éste el contenido de un centenar de cartas con diferentes argumentos, pero este párrafo de Gemma Fernández expresa bien el sentir de la mayoría: "¿Temen los hombres a las mujeres sin miedo? Vivimos en una sociedad en la que EL PAÍS y el resto de medios gozan de libertad de expresión. De la misma manera que su diario no sirve de plataforma de difusión de las ideas contenidas en los artículos que publican en Gara militantes de la izquierda abertzale, por ejemplo, me disgusta ver que se ofrece como trampolín de las ideas retrógradas y confundidas de Lynch. Sólo el título ya deja sentir una incomprensión de la realidad y un punto de partida funesto, equivocado, manipulado". "¿Hubieran publicado ustedes un artículo de Josu Ternera a favor de la violencia de ETA? No lo creo", insiste Antonia Moreno, profesora de Lengua y Literatura en Asturias. Parecidos argumentos desgranan la escritora Alicia Miyares, la profesora de la Universidad Complutense Almudena Hernando o Ángeles Álvarez en nombre de diversas organizaciones feministas: ¿publicarían un artículo de un neofascista que dijera que los judíos fueron culpables de su persecución; de un racista que justificara la superioridad de los blancos por la conducta de los negros, o de un miembro de Al Qaeda que justificara el terrorismo islamista?, insisten”.
No sé si después de esto haría falta comentario alguno. Aunque en el fondo creo que sí hace falta comentario, pues el artículo se publicó en El País y nadie dijo NADA. Así, la comparación que se usa en la queja es la figura retórica del argumento a la contra: lo que un hombre pueda decir es equivalente a lo que pueda decir un abertzale, un etarra, un neofascista, un racista o un terrorista. Ruego a los lectores que relean el fragmento de la Defensora. Es decir, el argumento de la queja no se centra en el propio texto de Lynch, sino en la naturaleza (en este caso, el género) del escritor. ¿No es eso lo que se ha hecho en la queja: comparar lo que pudiera haber dicho un terrorista o un racista con lo que pudo decir (y dijo) un hombre, con independencia de que su opinión fuera discutible? Lynch NO es a priori, en ningún caso, ni un racista ni un etarra ni un terrorista; es un hombre que se expresa con independencia de que su opinión pudiera ser discutible. Ahí tenemos el verdadero problema: la criminalización del género. Nadie puede opinar sobre el tema si no es para decir lo que previsiblemente debe ser dicho. Pero mucho menos si quien lo dice es un hombre.
Nota. Dejo al lector la capacidad de discernir acera de lo que la experta en Comunicación y Género, Pilar, llama individuos (hombres) peligrosos cuando se refiere a (supongo que) algunos lectores de El País. Esos individuos que por leer artículos como éste podrían violentar “los derechos humanos de las mujeres”. Individuos que podrían ser muy malos, no tanto por su maldad intrínseca cuanto por haber sido influidos a través las opiniones vertidas en un periódico que además de leer todos los días les sirve como referencia en sus actos.
martes, diciembre 22, 2009
Feminismo y ética (II). La significación de un lapsus
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1 comentario:
Enrique Linch,es de las pocas personas que aun creo de verdad y no lo digo solo por el articulo de las feministas revanchistas.
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