domingo, noviembre 28, 2010

¿Mayéutica?

Hemos tenido que sobrevivir a tres días de bombardeo mediático. Por el día del Contra la violencia de género. Niños adiestrados, actores sobrevenidos de elocuencia, presentadores ebrios de buena voluntad y televidentes asaltados por las calles declaran todos lo mismo ante la cámara. Los periódicos se hacen eco del asunto a su manera: en las portadas de varios de ellos la fotografía de unas mujeres sacando tarjeta roja. Las mismas mujeres que también han salido en todos los telediarios de todas las cadenas televisivas.

La pregunta, por cierto nada gratuita, sería, ¿a quién le sacan la tarjeta roja las mujeres?, ¿a quién va dirigida esa tarjeta?: ¿a los posibles futuros maltratadores?, ¿a los que se están pensando si maltratar o no a sus mujeres?, ¿a todos los hombres? ¿o sólo a los que ya han consumado el maltrato? ¿Qué sentido puede tener el sacar tarjeta roja a quien ya ha demostrado que “no entiende de fútbol” y por eso le importan muy poco las tarjetas? Si por lo tanto no es a ellos a quienes se les saca la tarjeta roja, pues estos ya estaban expulsados, ¿a quién le están sacando la tarjeta roja esas mujeres que tanto énfasis ponen en su acción sancionadora?

Se trata de la escenificación de un sentir en el Día Contra la Violencia de Género. Pero, ¿es de género de lo que habla esa violencia? No hace mucho una lesbiana le pegó una paliza a la mujer con quien estaba casada y el Sr. Juez giraba la cabeza cual niña del exorcista en el momento de la sentencia. No sabía exactamente cómo denominar el delito y se inclinó por declararlo como Violencia Doméstica (delito menor). Por lo que le llovieron piedras de parte de la mujer agredida que exigía ser víctima de la Violencia de Género (delito mayor). Pero, ¿es el género algo que claramente se asocia a uno de los dos sexos para distinguirlo del otro? El caso demuestra que no. ¿Es el género, en todo caso, lo que puede distinguir en una sentencia la gravedad del delito? ¿No era el género un simple constructo cultural, elaborado por la despótica sociedad patriarcal y machista? Por cierto, ¿puede llamarse machista a una violencia cometida, las más de las veces, por energúmenos que ejercen esa violencia sin creer en la superioridad de un género sobre el otro? O dicho de otra manera, ¿puede llamarse Violencia Machista a la ejercida por motivos que nada tienen que ver con el machismo, sino con los celos, el egoísmo, la debilidad mental o una patología mental? ¿Qué es pues una mujer ante la Ley? ¿Qué es lo que posee para que esa posesión le haga distinta del hombre ante la Ley? ¿Somos tan distintos los hombres y las mujeres como para que la Ley tenga que distinguir entre sexos a la hora de juzgar? Al parecer y según las mujeres SÍ. Por no ser iguales a los hombres.

Así, ¿a quién le sacan la tarjeta roja las mujeres? ¿A los hombres? ¿A los hombres sólo? ¿A todos o a los que por “no entender de fútbol” no entienden de tarjetas? Es decir, ¿a todos, que son legión, o a los canallas, que son unos cuantos? ¿Pero no son todos los demás (los que no saben de violencia), precisamente, los que no necesitan amonestación y menos aún expulsión? Entonces, ¿a quién van dirigidas todas esas tarjetas rojas?

En estos tres días de bombardeo mediático no ha habido reportaje que no hiciera hincapié en una necesaria prevención que debía estar destinada a los hombres, a los hombres y a su educación. Por tanto, también a los niños, que también eran protagonistas de la campaña. Eran las niñas quienes, adiestradas por sus satisfechos educadores, expresaban en el Telediario un “NO” rotundo dirigido a las posibles actitudes del potencial delincuente, su compañero de pupitre. Y del carácter indefinido de los conceptos posible y potencial se pasará, como atestigua el discurso oficial, a la criminalización del género masculino, a la criminalización (especulativa) de los niños (posibles y potenciales canallas) y de todos los hombres (posibles y potenciales canallas). El discurso oficial preventivo.

Ayer mismo venía en El País esta declaración de la responsable de la Sección Mujer de la Unidad Central del equipo Mujer-Menor de la Guardia Civil. “La misma mujer que ha venido llorando al cuartel, asustada y llena de moratones, trata de convencernos después de que su pareja es muy buena persona, que la quiere mucho y que, por tanto, quiere retirar la denuncia. Le dices: “Señora, eso lo dirá es fiscal”. Y entonces se enfurecen y arremeten contra nosotros. Nos llaman de todo. Las buscas y no cogen el teléfono. Vas a su casa y no te abren. Se desdicen ante el juez, niegan lo evidente… Es frustrante […] Lo defienden (al verdugo) con verdadera pasión. Eso no ocurre en ningún comportamiento criminal” (Ana Muñoz, capitana de la Guardia Civil).

La pregunta ahora sería, ¿a quiénes les hizo falta esa educación que habría evitado llegar a tales infames circunstancias: a los hombres “enfermos” o a las “dulces” e “indefensas” mujeres? O mejor, ¿la educación de quiénes habrían podido prevenir mejor (o disminuido las probabilidades de) los hechos narrados por la experta? ¿Qué sentido tiene entonces mirar sólo a los ojos de los niños varones cuando con la excusa de la prevención se pretende educar a los niños de ambos sexos? A ellos se les dice, “no maltrates”, a ellas se les dice, “no te dejes maltratar”. ¿La igualdad?

Post Scriptum. Tengo dos sobrinos mellizos de los que ya he hablado en algún post. Tienen ahora 11 años y son niño y niña. Pues bien, si en algún momento me planteara prevenirlos contra un posible futuro de sufrimiento en estas lides del “amor”, antes me inclinaría por hacer énfasis en la educación de ella que la de él. La explicación es muy sencilla y contiene dos fundamentos: el primero se corresponde con una simple cuestión numérica. Los hombres maltratadores son una pequeñísima porción respecto a los hombres que no lo son y además mi sobrino no vive las condiciones familiares que se consideran propicias para conformar a uno de ellos. Lo cual no quiere decir que excluya la posibilidad, sólo quiere decir que me atengo a las probabilidades y en este sentido es más probable que mi sobrina se enamore de un chulo o de un adinerado que mi sobrino se convierta en un canalla violento. Mucho más probable. La segunda se corresponde con las cuestiones electivas. Mi sobrino no tendrá elección respecto al camino a seguir: deberá ser un hombre de provecho, lo que significa que tendrá que trabajar sí o sí para poder formar una familia (descarto otras posibilidades no vinculadas a su futuro sentimental). En cambio mi sobrina tendrá que superar la tentación de “querer” encontrar un hombre que le evite tener que trabajar. Es algo de lo que nada quieren oír las feministas, pero la verdad es que siguen siendo muchas más las mujeres que deciden depender de un hombre (en su enlace o compromiso) que hombres que deciden depender de una mujer. Un posible tercer fundamento tendría que ver con el hecho, también extendido y también poco analizado, de que los adolescentes y los jóvenes que más fornican son siempre los más chulos. Con lo que eso supone respecto a la atracción sexual de ellas, las adolescentes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Verdades como puños, aunque duelan.