Probablemente sea ésta una carta que leas de aquí a unos años. Si es que la lees. Ahora eres demasiado pequeño, pero te la escribo desde el presente, que ya tendrás tú tiempo de ponerla en pasado.
Te escribo para decirte que todo es, una vez más, una cuestión de formas. Es decir, queridísimo Héctor, hay problemas que no terminan nunca de resolverse debido a cuestiones formales. Especialmente en este momento histórico en el que la existencia (y la perpetuidad) de ciertos problemas puede reportar beneficios tan tremendos como increíbles si se encuentran bien gestionados.
Sé que es duro tener que admitir lo que a todas luces se trata de un auténtico barbarismo, pero es absolutamente comprobable que desde que se instaló la Corrección Política en toda posible forma de gobierno se hizo muy rentable la existencia de problemas concretos que necesariamente fueran siendo irresolubles. Necesariamente irresolubles en la medida en la que sólo esa necesidad de (i)rresolución garantizaría la rentabilidad política, esto es, económica.
En este caso concreto me refiero al de la Guerra de Sexos. Te lo escribo así, con mayúsculas, para reivindicar su existencia. Existencia tan negada por tantos. Tantos que, o bien dicen no creer en tal Guerra, o bien se posicionan en una de las partes de la contienda. Así pues: GUERRA. Jamás fue tan clara la hostilidad en TODAS las conversaciones pandilleras y corporativas. NO hay reunión de hombres en la que no se critique a las mujeres y no hay reunión de mujeres en la que no se critique a los hombres.
Tal es la pluralización. Tal es la generalización. Es así y así pasa, SIEMPRE, en todas las conversaciones corporativas: “todos los hombres son iguales” dicen ellas en tono de queja y lamento. “Todas son lo mismo” dicen ellos cabreados. Y es en la pluralización constante, repetitiva, sin contexto, genérica, brutal, inquietante y, sobre todo, significativa, donde se encuentra la GUERRA (y no en las particularidades). Después se harán excepciones y se darán matices, por supuesto, pero el uso del genérico es apabullante, monstruoso.
Los medios de comunicación, es decir, los políticos, es decir, las multinacionales, hace mucho tiempo que tienen claro como abordar el problema; a saber: haciéndolo irresoluble. Cosas de la Corrección Política, cuya única consecuencia verificable es su ineficacia. Y a las pruebas me remito y me remitiré: los problemas entre géneros no sólo no mejoran sino que van a peor. Algo que sucede, fundamentalmente, debido a ese odio intrínseco que existe en los corparativismos que potencian los medios de comunicación. Es desde hace muchos muchos años que todo lo que se publica en una ingente cantidad de medios dirigidos a las mujeres está relacionado con un desprecio enconado y no siempre subliminal hacia los hombres. Hombres que inevitablemente son la representación del machismo... imperante.
Cuando leas esto es muy probable que te suene a antigualla, de la misma forma en la que a los adolescentes de ahora les suena a antigualla “Canción triste de Hill street”, pero te voy a poner un ejemplo acudiendo a una de las series más famosas de la primera década del milenio: “Mujeres desesperadas”. Ha habido otras antes que también han ejercido mucha influencia en “la mujer de hoy”; influencia, eso sí, requerida y bienvenida por la inmensa mayoría de mujeres: “Ali McBeal” y Sexo en Nueva York”.
En el extraordinario capítulo piloto, es decir, en el capítulo donde se iban a sentar las bases del discurso, y después de la presentación de todas ellas por separado, se produce el primer encuentro de todas ellas juntas; el primer encuentro pandillero; el primer encuentro narrativamente significativo, pues es en él donde se dará la clave (el sentido) sobre todo el resto de capítulos por venir.
Después de que todas hubieran demostrado ese odio al que he hecho referencia, culpabilizando de todos sus males a los hombres, se hace un pequeño pero inteligente silencio narrativo y una de ellas dice de forma pausada: “todas tenemos momentos de desesperación, pero si les plantamos cara, entonces descubrimos lo fuertes que somos”. Ya digo, inmejorable. Por representativa.
Y la verdad es que resulta tan curiosa como reveladora, además de representativa. Dice, “todas tenemos momentos de desesperación”, algo que resulta tan neutro como poco significativo, pues eso es algo consustancial a todo ser humano, sea del género que sea y tenga la orientación sexual que tenga. Así que es en la frase siguiente donde nos damos de frente con la brutalidad de una reivindicación tan paradójica como innecesariamente agresiva, hostil y monstruosa: “pero si les plantamos cara...”. Así, ellas están desesperadas, no tanto por sus problemas (los producidos por el tiempo, por sus voluntarias decisiones, etc.) cuanto por los hombres; hombres, pues, culpables; culpables: todos, en genérico, en plural. Y además hay que plantarles cara: la lucha.
En cualquier caso, lo más crudo de la frase está por llegar. Y si no lo más crudo, sí por lo menos lo más revelador. Después de achacar toda la culpa de sus males “al otro”, actitud ella tan posmodernamente infantil, se decide, no sólo optar por la violencia contra “el otro” (hasta ahora injustificada por carecer de pruebas) sino hacerlo, al parecer, por tratarse de la ÚNICA forma posible de reconocerse, de saberse, de SER. Es decir, al parecer no hay mujer si no hay contienda. Y si la hay no la hay con plena conciencia. Para SER necesataría un contrario, pero no uno complementario sino uno al que enfrentarse: un enemigo. Tal es el sentido de la frase.
En efecto, tal y como se pronuncia la frase es en la contienda, y sólo en ella, donde se DESCUBRE una fortaleza que además de ser propia requiere un contrincante; un contrincante que debe ser reducido. Por definición y sin pruebas.
Y en esas están los media (los gobiernos desarrollados y el gran capital) querido Héctor: en entender la lucha como única forma posible de resolver el problema, un problema promovido y patrocinado por los media. Un problema que los media no están dispuestos a resolver verdaderamente. Y si algo ha quedado claro en estos últimos 25 años es que la forma de solucionar el problema no es con odios vengativos ni con corporativismos infantiloides.
Te escribo para decirte que todo es, una vez más, una cuestión de formas. Es decir, queridísimo Héctor, hay problemas que no terminan nunca de resolverse debido a cuestiones formales. Especialmente en este momento histórico en el que la existencia (y la perpetuidad) de ciertos problemas puede reportar beneficios tan tremendos como increíbles si se encuentran bien gestionados.
Sé que es duro tener que admitir lo que a todas luces se trata de un auténtico barbarismo, pero es absolutamente comprobable que desde que se instaló la Corrección Política en toda posible forma de gobierno se hizo muy rentable la existencia de problemas concretos que necesariamente fueran siendo irresolubles. Necesariamente irresolubles en la medida en la que sólo esa necesidad de (i)rresolución garantizaría la rentabilidad política, esto es, económica.
En este caso concreto me refiero al de la Guerra de Sexos. Te lo escribo así, con mayúsculas, para reivindicar su existencia. Existencia tan negada por tantos. Tantos que, o bien dicen no creer en tal Guerra, o bien se posicionan en una de las partes de la contienda. Así pues: GUERRA. Jamás fue tan clara la hostilidad en TODAS las conversaciones pandilleras y corporativas. NO hay reunión de hombres en la que no se critique a las mujeres y no hay reunión de mujeres en la que no se critique a los hombres.
Tal es la pluralización. Tal es la generalización. Es así y así pasa, SIEMPRE, en todas las conversaciones corporativas: “todos los hombres son iguales” dicen ellas en tono de queja y lamento. “Todas son lo mismo” dicen ellos cabreados. Y es en la pluralización constante, repetitiva, sin contexto, genérica, brutal, inquietante y, sobre todo, significativa, donde se encuentra la GUERRA (y no en las particularidades). Después se harán excepciones y se darán matices, por supuesto, pero el uso del genérico es apabullante, monstruoso.
Los medios de comunicación, es decir, los políticos, es decir, las multinacionales, hace mucho tiempo que tienen claro como abordar el problema; a saber: haciéndolo irresoluble. Cosas de la Corrección Política, cuya única consecuencia verificable es su ineficacia. Y a las pruebas me remito y me remitiré: los problemas entre géneros no sólo no mejoran sino que van a peor. Algo que sucede, fundamentalmente, debido a ese odio intrínseco que existe en los corparativismos que potencian los medios de comunicación. Es desde hace muchos muchos años que todo lo que se publica en una ingente cantidad de medios dirigidos a las mujeres está relacionado con un desprecio enconado y no siempre subliminal hacia los hombres. Hombres que inevitablemente son la representación del machismo... imperante.
Cuando leas esto es muy probable que te suene a antigualla, de la misma forma en la que a los adolescentes de ahora les suena a antigualla “Canción triste de Hill street”, pero te voy a poner un ejemplo acudiendo a una de las series más famosas de la primera década del milenio: “Mujeres desesperadas”. Ha habido otras antes que también han ejercido mucha influencia en “la mujer de hoy”; influencia, eso sí, requerida y bienvenida por la inmensa mayoría de mujeres: “Ali McBeal” y Sexo en Nueva York”.
En el extraordinario capítulo piloto, es decir, en el capítulo donde se iban a sentar las bases del discurso, y después de la presentación de todas ellas por separado, se produce el primer encuentro de todas ellas juntas; el primer encuentro pandillero; el primer encuentro narrativamente significativo, pues es en él donde se dará la clave (el sentido) sobre todo el resto de capítulos por venir.
Después de que todas hubieran demostrado ese odio al que he hecho referencia, culpabilizando de todos sus males a los hombres, se hace un pequeño pero inteligente silencio narrativo y una de ellas dice de forma pausada: “todas tenemos momentos de desesperación, pero si les plantamos cara, entonces descubrimos lo fuertes que somos”. Ya digo, inmejorable. Por representativa.
Y la verdad es que resulta tan curiosa como reveladora, además de representativa. Dice, “todas tenemos momentos de desesperación”, algo que resulta tan neutro como poco significativo, pues eso es algo consustancial a todo ser humano, sea del género que sea y tenga la orientación sexual que tenga. Así que es en la frase siguiente donde nos damos de frente con la brutalidad de una reivindicación tan paradójica como innecesariamente agresiva, hostil y monstruosa: “pero si les plantamos cara...”. Así, ellas están desesperadas, no tanto por sus problemas (los producidos por el tiempo, por sus voluntarias decisiones, etc.) cuanto por los hombres; hombres, pues, culpables; culpables: todos, en genérico, en plural. Y además hay que plantarles cara: la lucha.
En cualquier caso, lo más crudo de la frase está por llegar. Y si no lo más crudo, sí por lo menos lo más revelador. Después de achacar toda la culpa de sus males “al otro”, actitud ella tan posmodernamente infantil, se decide, no sólo optar por la violencia contra “el otro” (hasta ahora injustificada por carecer de pruebas) sino hacerlo, al parecer, por tratarse de la ÚNICA forma posible de reconocerse, de saberse, de SER. Es decir, al parecer no hay mujer si no hay contienda. Y si la hay no la hay con plena conciencia. Para SER necesataría un contrario, pero no uno complementario sino uno al que enfrentarse: un enemigo. Tal es el sentido de la frase.
En efecto, tal y como se pronuncia la frase es en la contienda, y sólo en ella, donde se DESCUBRE una fortaleza que además de ser propia requiere un contrincante; un contrincante que debe ser reducido. Por definición y sin pruebas.
Y en esas están los media (los gobiernos desarrollados y el gran capital) querido Héctor: en entender la lucha como única forma posible de resolver el problema, un problema promovido y patrocinado por los media. Un problema que los media no están dispuestos a resolver verdaderamente. Y si algo ha quedado claro en estos últimos 25 años es que la forma de solucionar el problema no es con odios vengativos ni con corporativismos infantiloides.
Psdta. Te cuento todo esto por depositar una esperanza en el futuro. Esperanza que a mí se me quedó truncada ante aquella generación de hace 15 años, esa generación en la que ya había más mujeres que hombres realizando estudios universitarios. Yo diría, tal y como dice Doris Lessing (personaje nada sospechoso para las mujeres), que "las feministas siguen sin entender nada de nada" y, "¿por qué luchar por la igualdad despreciando a los hombres sistemáticamente?".
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