Si por algo se miden hoy en día las ciudades es por su arquitectura. O mejor, si por algo las ciudades son (o no) es por su arquitectura. Así, ahora, una ciudad sin arquitectura significativa es una no ciudad. Paradójicamente no hay ciudad allá donde sólo hay lugar, por muchos que sean los que habiten ese lugar y por mucho que a esos habitantes los queramos llamar ciudadanos. En nuestra Era las “cosas” adquieren valor exclusivamente a través del ranking. Para existir hay que estar en él. Así son las “cosas” dentro del inevitable Liberalismo. Todo lo demás es morralla.
Sólo habrá ciudad, pues, allá donde haya arquitectura significativa, emblemática. En un lugar puede haber arquitectura más o menos representativa (lo folklórico), pero allá donde no haya arquitectura significativa, oficial, institucional, enorme, desproporcionada, cara, controvertida, megalómana, y autista no podrá haber ciudad. No lo permitiría el Inevitable. De ahí que todas las ciudades pierdan el culo por contratar los servicios de arquitectos hipernarcisistas con el fin de que elaboren proyectos que deban ser tan definitorios como definitivos. Cuesten lo que cuesten. Valencia, por ejemplo, no fue ciudad hasta que llegaron los costillares de Calatrava. Ahora ya no es el objetivo de algún viajero curioso, excéntrico o despistado, sino el objetivo de un turismo amorfo y acéfalo.
Pero la gula del Inevitable no tiene límites y por eso se conforma con unos aperitivos. Una vez solucionado el tema de la Creación de la ciudad viene la segunda parte, la de la necesidad de eventos que justifiquen el despilfarro constructivo: ferias, olimpiadas, bienales, circuitos, copas davis, mundiales, etc. Toda ciudad que no tenga su(s) evento(s) internacionales está condenada a vivir de sus ruinas. Valencia, por ejemplo, hasta hace dos días carecía de turismo, sin embargo ahora cuenta con la Copa América, el circuito de Ricardo Tormo y el circuito urbano de la Fórmula Uno. Y el Papa la bendice en directo y desde las gradas. Valencia pues es ya una ciudad. Como lo fue en su momento Barcelona, la Barcelona de los eventos pujolianos y maragallescos..
Y que nadie se lleve a engaños, todo lugar está condenado, con el tiempo, a convertirse en una ciudad, una ciudad contemporánea, la única ciudad posible si se pretende orillar el anonimato y la exclusión. Por eso, que nadie se lleve a engaños, lo que le ha pasado a Barcelona y a Bilbao y a Valencia les está a punto de pasar a todos los lugares. Todo es una cuestión de tiempo y el tiempo corre que se las pela. Y cuando se hayan formado verdadera ciudades en lugares como Badajoz, Zamora o Lérida les tocará el turno a lugares más pequeños con municipios que ahora nos parecen modestos. Y será por la costa por donde empiecen a surgir nuevas ciudades. Ciudades que contarán con grandes arquitecturas y con grandes eventos. Ciudades que gestionadas con insensatez tendrán, tarde o temprano, los mismos problemas que acaban teniendo todas las ciudades que han llegado a serlo por la obsesión de sus dirigentes y gracias a la contribución de unos ciudadanos adocenados.
Sólo habrá ciudad, pues, allá donde haya arquitectura significativa, emblemática. En un lugar puede haber arquitectura más o menos representativa (lo folklórico), pero allá donde no haya arquitectura significativa, oficial, institucional, enorme, desproporcionada, cara, controvertida, megalómana, y autista no podrá haber ciudad. No lo permitiría el Inevitable. De ahí que todas las ciudades pierdan el culo por contratar los servicios de arquitectos hipernarcisistas con el fin de que elaboren proyectos que deban ser tan definitorios como definitivos. Cuesten lo que cuesten. Valencia, por ejemplo, no fue ciudad hasta que llegaron los costillares de Calatrava. Ahora ya no es el objetivo de algún viajero curioso, excéntrico o despistado, sino el objetivo de un turismo amorfo y acéfalo.
Pero la gula del Inevitable no tiene límites y por eso se conforma con unos aperitivos. Una vez solucionado el tema de la Creación de la ciudad viene la segunda parte, la de la necesidad de eventos que justifiquen el despilfarro constructivo: ferias, olimpiadas, bienales, circuitos, copas davis, mundiales, etc. Toda ciudad que no tenga su(s) evento(s) internacionales está condenada a vivir de sus ruinas. Valencia, por ejemplo, hasta hace dos días carecía de turismo, sin embargo ahora cuenta con la Copa América, el circuito de Ricardo Tormo y el circuito urbano de la Fórmula Uno. Y el Papa la bendice en directo y desde las gradas. Valencia pues es ya una ciudad. Como lo fue en su momento Barcelona, la Barcelona de los eventos pujolianos y maragallescos..
Y que nadie se lleve a engaños, todo lugar está condenado, con el tiempo, a convertirse en una ciudad, una ciudad contemporánea, la única ciudad posible si se pretende orillar el anonimato y la exclusión. Por eso, que nadie se lleve a engaños, lo que le ha pasado a Barcelona y a Bilbao y a Valencia les está a punto de pasar a todos los lugares. Todo es una cuestión de tiempo y el tiempo corre que se las pela. Y cuando se hayan formado verdadera ciudades en lugares como Badajoz, Zamora o Lérida les tocará el turno a lugares más pequeños con municipios que ahora nos parecen modestos. Y será por la costa por donde empiecen a surgir nuevas ciudades. Ciudades que contarán con grandes arquitecturas y con grandes eventos. Ciudades que gestionadas con insensatez tendrán, tarde o temprano, los mismos problemas que acaban teniendo todas las ciudades que han llegado a serlo por la obsesión de sus dirigentes y gracias a la contribución de unos ciudadanos adocenados.
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