Kursaal
Como hace años tuve la oportunidad de ver la exposición de los proyectos que se presentaban a concurso con el fin de rellenar el Solar K en Donosti ya tuve la oportunidad de decir lo que pensaba al respecto (De un espectador expectante Edit. Fundación José Luis Cano). En la introducción de aquel texto recordaba cuáles fueron las bases del concurso: “Con La adjudicación del Solar K el Ayuntamiento de Donostia pretendía encontrar el proyecto que mejor pudiera “impulsar ahora la Donostia-San Sebastián del próximo siglo en una Europa nueva”. Esto era en 1.991 y la propuesta (o consulta técnica, como el Ayuntamiento prefería llamar) formulada a los seis arquitectos contaba con dos partes: una, de carácter obligatorio, consistente en la realización de un proyecto para un Auditorio, un Palacio de Congresos, una Sala de Exposiciones y un Aparcamiento; y una que consistía en la recomendación de otros usos básicos de libre elección, tales como un Área Comercial, un Hotel de cuatro estrellas, una Piscina Cubierta, un Conservatorio y un Espacio para Servicios y Oficinas. La exposición mostraba los seis proyectos con profusión de planos y con sus maquetas correspondientes. Cualquier visitante podía hacerse una idea más o menos cabal del aspecto externo de cada una de las propuestas, bien fuera por los planos, bien por la claridad que ofrecían las maquetas, o bien por los textos que junto a cada uno de ellos aparecía a modo de explicación. Los seis arquitectos eran Mario Botta, Norman Foster, Arata Isozaki, Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg y Luis Peña Ganchegui. Casi nada”.
Han pasado 17 años desde aquella exposición de proyectos y unos 7 desde que visité la obra acabada y escribí el texto sobre el Kursaal. He vuelto a San Sebastián y no puedo evitar el querer saber qué es exactamente lo que pienso del mastodonte. Quiero saber qué es lo que pienso con independencia de saber -o no- de dónde me adviene ese saber. Porque delante de él no puedo dejar de ser quien soy. Hago esfuerzos por abordar la experiencia como si nada supiera del proyecto, pero nada, me es absolutamente imposible desligar mi experiencia de lo que sé, de lo que sé del maestro Moneo y de lo que sé sobre el proyecto. Algo, por cierto, de lo que me debería estar agradecido el maestro, pues si por algo se caracterizan los artistas (y los arquitectos oficiales lo son como el que más) es por explicarse, por hacerse entender; por su necesidad de justificar, en definitiva, la imposición de un mastodonte en la vía pública..
Esfuerzo vacuo, como digo, el de intentar juzgar dejando de ser quien soy. No puedo juzgar desde el sentimiento porque toda afirmación que hiciera sería descatalogada por quienes necesitan ser juzgados con conocimiento de causa, y esto lo sabe todo el que haya hablado alguna vez con arquitectos: no permiten ellos, jamás, que nadie juzgue arquitectura si no demuestra los mismos conocimientos previos que confiere la profesión. No puedo, pues, juzgar desde el sentimiento. El problema es que cuando juzgo desde la razón, cuando viendo (y sintiendo) juzgo por lo que sé, que no es otra cosa que lo que debo saber, pues lo que sé lo sé a través del mismo Moneo, cuando juzgo, digo, desde la razón, la razón que confiere objetividad, entonces y sólo entonces, ME DA LA RISA. Y no puedo parar de reír.
Recordemos que el Proyecto se llamó Rocas Varadas y que en la Memoria del Proyecto que presentó a concurso el maestro decía que sus “dos prismas sugieren la presencia de dos masas rocosas varadas en la desembocadura del río”. Insisto: ME DA LA RISA, “dos masas rocosas varadas”. ¡Tan enormes y tan blancas y tan de vidrio, dos masas rocosas varadas... hay...!
De todas formas, el mismo Moneo, en una entrevista que concedió a la revista Diseño Interior nº 10 (1.991) decía respecto al proyecto que le acababan de adjudicar: “Veo este proyecto como un enfrentamiento directo al paisaje hecho en el momento en el que uno entiende que el modo de construir en ese accidente geográfico no es extendiendo la ciudad, de forma que ésta tome posesión del accidente, sino respetando su condición de tal y haciendo que la forma arquitectónica sea capaz de no cambiar demasiado la condición geográfica del lugar”. ¡No cambiar demasiado la condición geográfica del lugar! Ay.
Como hace años tuve la oportunidad de ver la exposición de los proyectos que se presentaban a concurso con el fin de rellenar el Solar K en Donosti ya tuve la oportunidad de decir lo que pensaba al respecto (De un espectador expectante Edit. Fundación José Luis Cano). En la introducción de aquel texto recordaba cuáles fueron las bases del concurso: “Con La adjudicación del Solar K el Ayuntamiento de Donostia pretendía encontrar el proyecto que mejor pudiera “impulsar ahora la Donostia-San Sebastián del próximo siglo en una Europa nueva”. Esto era en 1.991 y la propuesta (o consulta técnica, como el Ayuntamiento prefería llamar) formulada a los seis arquitectos contaba con dos partes: una, de carácter obligatorio, consistente en la realización de un proyecto para un Auditorio, un Palacio de Congresos, una Sala de Exposiciones y un Aparcamiento; y una que consistía en la recomendación de otros usos básicos de libre elección, tales como un Área Comercial, un Hotel de cuatro estrellas, una Piscina Cubierta, un Conservatorio y un Espacio para Servicios y Oficinas. La exposición mostraba los seis proyectos con profusión de planos y con sus maquetas correspondientes. Cualquier visitante podía hacerse una idea más o menos cabal del aspecto externo de cada una de las propuestas, bien fuera por los planos, bien por la claridad que ofrecían las maquetas, o bien por los textos que junto a cada uno de ellos aparecía a modo de explicación. Los seis arquitectos eran Mario Botta, Norman Foster, Arata Isozaki, Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg y Luis Peña Ganchegui. Casi nada”.
Han pasado 17 años desde aquella exposición de proyectos y unos 7 desde que visité la obra acabada y escribí el texto sobre el Kursaal. He vuelto a San Sebastián y no puedo evitar el querer saber qué es exactamente lo que pienso del mastodonte. Quiero saber qué es lo que pienso con independencia de saber -o no- de dónde me adviene ese saber. Porque delante de él no puedo dejar de ser quien soy. Hago esfuerzos por abordar la experiencia como si nada supiera del proyecto, pero nada, me es absolutamente imposible desligar mi experiencia de lo que sé, de lo que sé del maestro Moneo y de lo que sé sobre el proyecto. Algo, por cierto, de lo que me debería estar agradecido el maestro, pues si por algo se caracterizan los artistas (y los arquitectos oficiales lo son como el que más) es por explicarse, por hacerse entender; por su necesidad de justificar, en definitiva, la imposición de un mastodonte en la vía pública..
Esfuerzo vacuo, como digo, el de intentar juzgar dejando de ser quien soy. No puedo juzgar desde el sentimiento porque toda afirmación que hiciera sería descatalogada por quienes necesitan ser juzgados con conocimiento de causa, y esto lo sabe todo el que haya hablado alguna vez con arquitectos: no permiten ellos, jamás, que nadie juzgue arquitectura si no demuestra los mismos conocimientos previos que confiere la profesión. No puedo, pues, juzgar desde el sentimiento. El problema es que cuando juzgo desde la razón, cuando viendo (y sintiendo) juzgo por lo que sé, que no es otra cosa que lo que debo saber, pues lo que sé lo sé a través del mismo Moneo, cuando juzgo, digo, desde la razón, la razón que confiere objetividad, entonces y sólo entonces, ME DA LA RISA. Y no puedo parar de reír.
Recordemos que el Proyecto se llamó Rocas Varadas y que en la Memoria del Proyecto que presentó a concurso el maestro decía que sus “dos prismas sugieren la presencia de dos masas rocosas varadas en la desembocadura del río”. Insisto: ME DA LA RISA, “dos masas rocosas varadas”. ¡Tan enormes y tan blancas y tan de vidrio, dos masas rocosas varadas... hay...!
De todas formas, el mismo Moneo, en una entrevista que concedió a la revista Diseño Interior nº 10 (1.991) decía respecto al proyecto que le acababan de adjudicar: “Veo este proyecto como un enfrentamiento directo al paisaje hecho en el momento en el que uno entiende que el modo de construir en ese accidente geográfico no es extendiendo la ciudad, de forma que ésta tome posesión del accidente, sino respetando su condición de tal y haciendo que la forma arquitectónica sea capaz de no cambiar demasiado la condición geográfica del lugar”. ¡No cambiar demasiado la condición geográfica del lugar! Ay.
En cualquier caso, Donosti es, por fin, una ciudad del XXI. El Inevitable (ver post anterior) tiene múltiples recursos: en esta ocasión se sirvió del evento (cinematográfico y, sobre todo, internacional, pese a quien pese) para crear la arquitectura emblemática y nos mostró, de nuevo, cómo nada tiene que ver lo adecuado al contexto con lo oportuno al texto; es decir, cómo nada tiene que ver el hecho de que la construcción fuera adecuada (o no) en ese lugar con el hecho de que fuera perfectamente oportuno realizarla en nombre del progreso.
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