domingo, agosto 16, 2015

Del deseo

Hay frases que se te meten en el cuerpo y no hay forma de desprenderse de ellas. Así son los efectos mágicos propios de la buena literatura, que actúan a modo de inoculación. Quién me iba a decir a mí que esta mañana me iba a encontrar con uno de esos milagros que suceden con la baja frecuencia que los hace soportables. De otra forma, no habría forma de hacer algo que no fuera el pensar ensimismado.

Dice el autor: "Cuanto mayor es el deseo de cabalgar, tanto menos numerosos pueden ser los rasgos que bastan para un caballo". Lo sé, para un lector desprevenido haría falta un determinado contexto que pudiera colaborar en la apreciación, si bien es cierto que sin él me sigue pareciendo una bella frase, o mejor, una buena forma de expresar una idea a partir de una frase. Cuando una frase logra ese efecto de inoculación espontánea es, precisamente, porque trasciende la misma idea que adquiere sentido en su contexto. En este caso la expresa Gombrich en su famoso ensayo cuyo título ya nos ofrece unas pistas, Meditaciones sobre un caballo de juguete.

Ya tenemos, pues, una frase y un título. Una frase que adquiere su pleno sentido en las reflexiones que a Gombrich le provocan un caballo de juguete, o mejor, la imagen de un caballo de juguete. La verdad es que dicho así, y sin reparar aún en contexto alguno, todavía me parece más estupenda la frase: "Cuanto mayor es el deseo de cabalgar, tanto menos numerosos pueden ser los rasgos que bastan para un caballo". Así sería en sentido abstracto: el sentido cuantitativo positivo relacionado con el deseo produce un efecto cuantitativo negativo respecto a alguno de los efectos derivados de ese deseo. O dicho de otra forma, a mayor deseo disminución de rasgos necesarios; cuanto mayor es el deseo de cabalgar menos serán los rasgos que hacen falta para "tener" un caballo. Y pongo "tener" entrecomillado porque es precisamente la imaginación lo que está en juego. Cuando no hay un caballo real.

La frase, digo, es producto de la deducción que hace Gombrich después de la atenta observación de una imagen en la que un niño juega con un palo -entre las piernas- en cuyo extremo hay una pequeña talla que representa la cabeza de un caballo. Ya tenemos, pues, el  contexto. El historiador se pregunta cuál es la imagen mínima que sirve para sustituir a un caballo de verdad, y es cierto que el deseo juega un papel importante a la hora de determinar ese minimalismo de la imagen. Y como decíamos más arriba: a mayor deseo disminución de rasgos necesarios. Un palo con una especie de cabeza de caballo en el extremo sirve para que el niño cabalgue feliz. Y ¿qué sería lo que en última instancia ha permitido esa sustitución tan minimalista pero al fin y al cabo satisfactoria? Pues la imaginación instigada por el deseo. Cuanto mayor es el deseo menores son las condiciones que hacen falta para satisfacerlo... si uno se conforma con el producto de la imaginación, claro.

No hay comentarios: