martes, agosto 11, 2015

El invitado

Me dirijo a información y pregunto. Una amable señorita me responde y yo se lo agradezco. No conozco la zona así que me vienen muy bien sus explicaciones y consejos.
Bis [Me dirijo a información con el fin de poderme situar en este lugar del que apenas sé nada. Me atiende una mujer de esas cuyo indiscutible atractivo radica en su falsa ingenuidad, esa falsa ingenuidad que tanto agradecen los magnates cuando se aburren. Lleva el pelo recogido en un moño sujetado por un estilete de esos que igual sirve para un moño que para una venganza. La entiendo perfectamente a pesar del centrifugado que en su boca le provoca un chicle de clorofila]

Por la noche tengo una de esas cenas que llamamos sociales. Como es en un chalet privado llevo una botella de vino. Llego a la hora en la que se me ha citado. Soy de los primeros. Pasados 30 minuos apenas somos un puñado de invitados, cuando se esperan cerca de 80 personas.
Bis [Gracias a las explicaciones de la "informadora", llego a la cena con puntualidad británica. Me recibe la anfitriona, que me agradece la visita y el detalle de llevar una botella de vino mientras con un gesto insonoro llama a una encofiada doncella para que me atienda. Se disculpa por tener que abandonarme unos minutos y desaparece escaleras arriba. Una de las tres parejas que también ha llegado se me acerca para, amablemente, indagar acerca de mi presencia. Mi respuesta no parece satisfacerles, algo del todo comprensible dado el poco esfuerzo que pongo en esfumar su curiosidad. Es entonces, exactamente entonces, cuando ella estira su mano y me dice "Carolina". Yo se la cojo y le digo "encantado". Su marido se gira para saludar a unos amigos].

Han tardado pero han ido llegando los invitados. Decían que 80, pero si los contara probablemente saldrían bastantes más. Hice bien en no fiarme demasiado cuando al invitarme se me dijo que se trataría de una cena informal. Prácticamente todo eran parejas y excepto 3 o 4 de ellas todas las demás parecían conocerse. Había un cierto fluir en el movimiento aleatorio de los invitados.   
Bis [Al final, y como era de prever han ido llegando todos los invitados. Por llegar han incluso llegado los que no lo estaban invitados. Ya se sabe, donde caben 2 caben 3, y así sucesivamente hasta dar con una cifra que incita a la especulación. Los hombres se parecían todos de alguna forma debido a sus atuendos, y las mujeres lo hacían por sus picudos pómulos y extracarnosos labios. Si a cierta distancia uno enturbiaba los ojos podía fácilmente confundirse de caballero. Si enturbiaba uno los ojos a corta distancia podía llamar Carolina a cualquier mujer].

La cena se desarrolla con una normalidad para mí poco previsible. Quizá esperara yo un cierto snobismo que no se dio. Cosas de los prejuicios. Las camareras cumplen su papel con una eficacia que raras veces ha visto uno en la vida; además de cumplir con elegancia su labor primaria, parecen estar instruídas en preocuparse por los invitados que parecen estar más aislados.
Bis [La cantidad de invitados hacía presagiar una cena un tanto deslabazada, pero la verdad es que, posiblemente debido a la anfitriona se va desarrollando de forma fluida y amable. Buena parte del éxito de la cena se debe, hay que decirlo, al equipo de camareras puesto por la empresa de catering. Apostaría a que muchas de ellas son sociólogas y psicólogas en paro y se ganan con esto unos dinerillos. Eso es al menos lo que puedo deducir después de indagar sólo en una de ellas. Las casualidades existen: se llama Carolina y es simpática además de interesante].

No hay cena sin postres, ni fiesta sin piscina. Así que allí nos vamos dirigiendo todos en una especie de movimiento browniano. No falta de nada, desde farolillos chinos a antorchas medievales. Los grupos ya no se configuran por acumulación de parejas, sino de forma más aleatoria. De hecho, hay ya un par de grupos que sólo está conformado por mujeres. El alcohol va haciendo mella en todos, sin distinción de sexo ni edad. No recuerdo cómo salí de allí. Ni con qué extremidades.
Bis [Después de los postres no queda otra que beber o abandonar. Yo me decido rápidamente por lo primero. Algo por cierto, en lo que no resulto ser nada original. Bebo quizá más de la cuenta, pero no me parece preocupante. Al menos al principio. Además tengo la sensación de que todos se encuentran en mi misma condición. Estando de pie junto a una de las barras situadas al borde de la piscina siento como alguien me toca la espalda, me giro y saludo cortésmente. La mujer me contesta un tanto contrariada:
- Soy yo, Carolina, nos hemos conocido antes, aunque no nos has dicho tu nombre
- Claro, perdona, -le contesto- pero es que no sé, debe ser mi estado... ¡Ah sí, la psicóloga, claro! -digo creyendo haber arreglado la situacio´on
-¿La psicóloga? -me dice con cierto tono recriminatorio
-Ay, no perdón, perdón, creo que... me he 
- No te preocupes, no es eso -me dice con aire ya menos circunspecto-, es simplemente que me he recogido el pelo. Advierto de inmediato que lleva razón. Se gira para mostrame su moño y, efectivamente, lo lleva recogido con un fino estilete de esos que igual sirve para comer comida china que para practicar una venganza. Me acuerdo de la azafata de información y de su incansable quijada, pero no recuerdo nada más. Si acaso sudor frío].

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