lunes, agosto 03, 2015

Viaje por el sur (2)

Centre Pompidou

Se dice "cría fama y échate a dormir".

Pues bien, eso es lo que lleva haciendo el Arte desde hace muchos muchos años: dormir. Y lo hace después de criar una fama, además, inmerecida. En efecto, si hay algo que la Institución Arte cree de sí misma es que el producto que la representa, esto es, el mismo producto/arte, ha sido y es la herramienta subversiva por antonomasia. Aún diría más, no hay cosa que les ponga más cachondos a los artistas que ser considerados los abanderados de la indisciplina contra el sistema. Les encanta creerse subversivos y jamás repararían en la contradicción que encierra trabajar para una Institución, no sólo integrada sino normalizada. No hay más que verlos y oírlos.

Pero la verdad es otra con independencia del valor de su trabajo. Nada hay menos subversivo que un sujeto que dice lo que se espera que diga. Por otra parte, creerse subversivo en el mundo del Arte resulta tan meritorio y valeroso como recoger margaritas en campo abierto. E igual de arriesgado. Quizá, excepto si vives en China o similar.

Son cosas del Sistema Arte, a quien siempre le ha venido bien la fama de contestatario. Tanto es así, que la contemporaneidad lleva ya unos años aplicando retroactivamente todos esos supuestos que señalan el Arte como una constante lucha contra la convención. Y a los artistas como unos adalides de la libertad a los que debemos gratitud eterna.

Pero la verdad es otra con independencia del valor de las obras de arte. No hay quien dude que el Arte nos ha enseñado a ver el mundo de otra manera y lo ha hecho, además, poniendo en tela de juicio muchas convenciones (casi todas perceptivas). Perfecto y maravilloso. Pero no podemos por ello presuponer que el producto es, o deber ser, necesariamente algo que nos induzca a reflexionar respecto a las alienaciones o las injusticias. Podría poner miles de ejemplos en los que el valor de la obra de arte radica no tanto en la reflexión que pueda generar como en la experiencia, llamémosla estética, que pueda proporcionar. En todo caso podría darse la reflexión pero de una manera secundaria, subsidiaria, como ante cualquier otro tipo de experiencia. Es decir, un espectador puede gozar ante un léger, un picasso, un magritte o nauman, pero lo que sin duda resulta excesivo es que se obligue al espectador a "contemplar" esos artefactos desde un entendimiento de la subversión asociado a la ideología.

Y en ningún sitio se manifiesta la ideología de forma más clara y más contundente como en la Corrección Política. Más allá de esos pocos artistas actuales que hacen honor al concepto de excepción (realizando productos sin más intención que la de proporcionar experiencias estéticas), la verdad es que el Arte, como cualquier otra manifestación contemporánea, se encuentra atornillada a los preceptos de la Corrección Política.

Y es aquí donde nos topamos con la siguiente etapa de nuestro viaje por el sur: el Centre Pompidou; o mejor, el Centre Pompidou provisional, como repite machaconamente el dossier de prensa que me pasaron.  

Decíamos que la contemporaneidad aplica retroactivamente todos esos supuestos que señalan el Arte como una constante lucha contra la convención y el sistema. Y también que esa lucha ha sido monopolizada por una Corrección Política que ideologiza todo lo que toca. No hay más que echar una ojeada al programa del Centre Pompidou provisional para comprobar hasta qué punto nos obligan a ver un orlan o un boltansky bajo los mismos presupuestos que un miró o un calder (que como sabemos tenían un concepto de la subversión directamente vinculado a la percepción). Es decir, hasta qué punto nos obligan a ver un miró, un calder, un giacometti o un bacon bajo los ideologizados presupuestos actuales de la Corrección Política.

Observen si no, ya de entrada, los nombres de las exposiones y, sobre todo, las frases que las justifican: Autorretratos; "explorar las diferentes dimensiones de una identidad compleja y enigmática" (con Kalho, Arroyo, Music, Dufy, González). El hombre sin rostro; "nos hablan de la soledad y la alienación modernas" (con Fautrier, Giacometti, Segal, Léger). El cuerpo político; "artistas comprometidos denuncian los tipos de representación de la mujer" (con Orlan, Mendieta, Schneemann, Landau). El cuerpo en pedazos; "cuerpos despedazados y heridos, cuerpos desequilibrados para desarmar cualquier propósito y demostrar que la realidad es imagen" (Tápies, García Sevilla, Baselitz, Boltanski) En fin, pura ideología donde no siempre la hay. ¡Y cuidado!, porque no es lo mismo ideología que teoría. La función de la teoría ha sido siempre la de explicar cada momento histórico bajo los estigmas de ese momento (Zeitgeist), pero la función de la ideología es juzgar todo -pasado y presente- bajo los parámetros de la actual y rentable Corrección Política. Y la Corrección Política no es sino una potente arma de Poder cuya función es mantener acojonados -y relegados- a todos aquellos que no quieren participar de ella.

¡Qué anticuada queda ya esta forma de abordar el Arte!, sobre todo en esta Era Digital donde las cosas no se parecen en nada a como eran hace apenas unas "semanas". Y en donde el nativo digital (que casi llega a la treintena) se desentiende de tanta falsa sacralidad y de tanto rollo barato. Podr´iamos afirmar que la era del Arte ha tocado a su fin pero hay gente que no quiere verlo, bien por inercia (mercantil), bien por nostalgia (metafísica). Pero no conforme con mostrarse anacrónico y desinformada, el mundo del Arte ha elegido muy mal su compañera de viaje, que no ha sido otra que la Corrección Política. Nada hay más previsible que ella, nada más castrador que ella. Nada que exija admitir, de forma clara y contundente, los preceptos de un mundo regido por la mentira, la hipocresía y el simulacro.

Nadie parece haberse dado cuenta, en este obsoleto mundo del Arte, que los nativos digitales están hartos de que se les exija aceptar el TODO. No hay nativo digital que crea en el TODO; el nativo digital es un ser que ha sido instru´ido  para creer sólo en las partes. Nadie parece haberse dado cuenta de que internet ha alimentado una forma nueva de percepción en la que el sujeto puede particularizar su gusto y descreer de todo aquello que le intentan "vender" en conjunto, además, desde un sistema de "ventas" ya periclitado (museos/expertos). Nadie parece haberse dado cuenta de que el internauta tiene formada una opinión ante un maremagnum perceptivo visual que supera con crees al diminuto y ridículo mundo de imágenes con el que opera el actual experto del Arte.

¡Qué anticuado queda ya dirigirse al nuevo consumidor de imágenes -que es descreído además de digital, o mejor, que es descreído por ser digital- diciéndoles cuáles de esas imágenes son superiores y por ello sagradas(Arte)! Sobre todo cuando ellos tienen claro, más que nunca en la historia de la humanidad, qué imágenes son las que les parecen dignas de admiración y qué imagenes no (no podemos olvidar que se han educado viendo millones de imágenes maravillosas que no vienen avaladas por ningún sistema coactivo, algo imposible hace unos años). ¡Y qué anticuados quedan los argumentos con los que se intenta convencer a una nativo digital -o a cualquiera- de que tiene que gozar igual delante de un orlan, que delante de un van dongen o de un picabia o de un mendieta! ¡Qué equivocados están los que creen que el Arte sigue siendo un TODO que contiene productos que pueden justificarse de la misma manera: en función del señalamiento hecho desde la misma Institución Arte, y que deben proporcionar placer obligatoriamente por el hecho de pertenecer a esa misma Institución! En la era digital ya nadie es inculto por disgustar de Miró o de Nauman. Esa es precisamente la grandeza del fin del Arte: que el sujeto pueda gustar de Giacometti y de Bacon, y simultáneamente disgustar de Kalho y de Nauman con absoluta independencia del significado que les asigna una declinada Historia del Arte.

Post Scriptum. Me quedé ciertamente petrificado ante esa acumulación de manchitas que conformaban el autorretrato de Zoran Music. Cuánta emoción desprendída a partir de un amontonamiento de pigmento negro dispersado con el fin de mostrarnos su rostro. Cuánto necesario desgarro. Son pocas las veces que uno se ha quedado petrificado, inmóvil, ante una obra de arte, y ésta ha sido una de ellas. 

¡Y cuánta ignorancia hay en aquellos que pretenden que esa emoción tan profunda pueda -y deba- vivirse en todos los cuadros que habitan un Museo de Arte Moderno! Uno vive la emoción allá donde le es dada y rara vez donde la busca. El autorretrato de Music consiguió arrancarme unas lágrimas. ¡Qué le voy a hacer! Petrificado ante un cuadrito y llorando de emoción, no se puede pedir más a una experiencia. Así debe actuar el Arte cuando el espectador le da la oportunidad de que lo haga. Y la clave se encuentra en todo lo contrario de lo que los expertos nos dicen. En efecto; para dejarse afectar por una obra de arte en un lugar en el que se supone que todo es Arte, resultan necesarios los prejuicios. Sí, los prejuicios. Además, quien diga no tenerlos miente como un bellaco.

La mejor forma de visitar un Museo de Arte Moderno y Contemporáneo es cargado de prejuicios. Pero con los que uno tiene inevitablemente por ser el que es, y no con otros (de hecho pretender eliminar los que uno tiene por ser lo que es es la forma más eficaz de configurar el mayor prejuicio posible). Otra cosa es que se acudiera a un Museo con la intención de reafirmarse en ellos, algo que nada tiene que ver con mi propuesta. Yo entro en el Centro Pompidou provisional re-conociendo muchas cosas de las que allí se encuentran; son más 40 años dedicados al Arte por lo que respecta a mi forma de vida. 

Así puedo pasar junto a un léger y no sentir nada especial; puedo visionar 3 veces el vídeo de Ana Mendieta con el fin de intentar descubrir por qué me parece tan estúpido sin obtener respuesta satisfactoria; puedo escrutar un tingueli sosteniendo que se trata de un artista perfectamente representativo del Arte de final de siglo, pero no sintiendo nada especial ante esa máquina que ya no funciona; puedo gozar con el extraordinario y misterioso autorretrato de Duffy aún cuando se trate de un autor que habitualmente no me interesa; es decir, la clave del posible goze del espectador se encuentra en dejarse llevar por sus prejuicios para que los artefactos se revelen por sí mismos y le conmocionen desinteresadamente. 

Por eso el gran error del Sistema Arte y por ende de los expertos que lo representan es exigirle al espectador que disfrute con TODO (y decirle sottovoce que si no lo hace es debido a su incultura). Sólo paseando con mis inevitables prejuicios pude darme de bruces con al autorretrato de Zoran Music... y llorar. Creo que valió la pena. Eso es algo que no se busca, pero se encuentra si uno se muestra predispuesto a dejarse llevar. Es claro que un Museo como el Centre Pompidou provisional ofrece (90 piezas y no todas verdaderamente significativas) muchas menos posibilidades de hacerme llorar que el Museo del Prado, de donde no he salido nunca sin haber llorado de emoci´on. Sólo pido que me dejéis en paz. 

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